Los inmortales
Hace unos años buscaba información sobre un tema, destinada a una novela que me estaba saliendo gordita. Siendo, como soy, sedentario y perezoso, no se me ocurrió ir a la Biblioteca Nacional y me limité a googlear en la nueva Enciclopedia Británica, que los anónimos redactores tlonianos componen sin pausa en Wikipedia. Estaba ahí, entretenido y dando vueltas al asunto, cuando me encontré con una frase misteriosa. Era la típica puerta entreabierta que nos desvía del destino prefijado y nos lleva más cerca de lo que estamos buscando sin saberlo (de esta situación podría desprenderse un luminoso aforismo de Kafka o una pedestre novela de autoayuda al estilo Paulo Coelho). Citaba los apellidos de un par de autores desconocidos para mí, escritos en alfabeto romano y en cirílico, y precisaba su adscripción a una práctica, una política o una teoría llamada tanto cosmismo como biocosmismo, a la que se le adicionaba un rasgo nacional: rusa.
Ya no recuerdo qué buscaba antes, pero sí que empecé a googlear por apellidos y por tema y no encontré casi nada, salvo una enunciación general de intereses. Sonaba como una combinación de preocupaciones propias del esoterismo cristiano (ya fuese ortodoxo ruso, copto o católico y romano), la teosofía, la ciencia experimental y la pasión ídem de los primeros tiempos de la Revolución Bolchevique. El artículo era demasiado breve y esos dos o tres apellidos no aparecían en ninguna otra wikipágina, por lo que decidí consultar a un par de rusólogos y sovietólogos de mi confianza. Pero nadie sabía nada, nadie tenía la menor noticia acerca del asunto (Y no sé por qué no se me ocurrió preguntarle a Luis Chitarroni, que sabe todo acerca de cualquier cosa que uno le pregunte).
El caso es que de la escueta información obtenida saqué en limpio que los cosmistas habían tomado muy en serio la promesa monoteísta del día de la resurrección de los muertos, pero que se lo planteaban fuera de la promesa del día del Juicio Final (que por otra parte, y convengamos, está límpidamente extraída de la escatología del antiguo Egipto), sino como una posibilidad material, concreta, ligada al desarrollo de la ciencia de la época, y pensada como parte de un proceso que se cumpliría luego de la concreción de un igualitarismo craso y raso, promesa de los primeros años de la Revolución Rusa. La promesa, el panorama, consistía en resucitar a toda nuestra especie desde los comienzos, pero no para ver una sucesión de monstruosos y verdosos zombis saliendo de sus podridas tumbas, sino para vivir, ellos y los vivos, felices y juntos, inmortales. Con una inmortalidad material producida por la amalgama de ciencia, mística y política. (Que la grandeza de esa dimensión utópica se haya derrumbado junto con la idea de que el socialismo es una praxis liberadora real es la gran tragedia del siglo XX, pero cuál no sería el poder de su evocación, el flujo de su estela, si hasta un criminal como Stalin definió su labor como la de un “ingeniero de almas”).
Resumiendo: nada más que aquello conseguí y con eso concebí algunas cosas que distribuí en un par de libros y después me olvidé del asunto. Lo olvidé o lo guardé en algún rincón de la memoria, porque salté de alegría el día en que leí en algún diario la noticia de que la pequeña y preciosa editorial Caja Negra había publicado o estaba a punto de publicar algo al respecto, y fui a buscarlo a la Feria de Editoriales Independientes, me planté ante el puesto y agarré el libro, y la vendedora me dijo: “Acaba de llegar”, y yo le dije: “Hace quince años que lo estoy esperando”, y ella me dijo: “Entonces te lo regalo”. Vacilé, y luego se impuso la nobleza que no siempre me caracteriza, y le dije: “De ninguna manera, solo me hacés un pequeño descuento”, y me traje a casa Cosmismo ruso. Tecnologías de la inmortalidad antes y después de la Revolución de Octubre, una compilación de artículos de Boris Groys. Me extendería, pero ya no hay espacio. Es un libro extraordinario. Por suerte, las posibilidades del mundo no se limitan a la mostración de las vicisitudes sentimentales de Mauro Icardi y Wanda Nara.
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