revelaciones

Lo indecible

. Foto: CEDOC PERFIL

Tiene que hacer un trámite largo y engorroso y deberá esperar al menos una hora a que lo atiendan. Piensa pasarla escuchando fragmentos de programas de radio en su celular, pero a la vez lo tienen harto las discusiones sobre difundir o promover, escándalo o estafa. Tiene opinión formada de antemano y la experiencia suficiente para saber que los argumentos en contra o a favor no la modificarán. Se le ocurre algo que antes solía hacer con toda naturalidad, y que ha postergado a causa de la feria de atracciones envenenadas de YouTube o Spotify: llevarse un libro. Su primer impulso es llevar alguno de los que usa para el tema que investiga, pero son libros tirando a gordos y pesados y además eso exigiría llevar también una birome, que en un día de calor requeriría también de un saco para cargarla. Mejor un libro pequeño y manipulable. Va a la biblioteca, busca al azar, encuentra un texto de un autor alemán, del que tiene el vago recuerdo de haberla leído alguna vez, pero tampoco está seguro, tal vez se la confunda con la de otro alemán de aquella época: autores que comenzaron a publicar después de la Segunda Guerra Mundial, Guerra que no será nada comparada con la que prepara el triángulo de hierro Trump-Putin-Zelenski mientras el mandarín socialista chino afila sus dientes y sonríe. En su recuerdo vago, el de aquellos autores, alemanes, era un período en el que se destacaban por trabajar una sintaxis tirando a extensa y compleja, llena de incisos y  párrafos largos, retorcidos, que buscan poner en evidencia su opacidad, la resistencia del relato a ser consumido, la rebeldía al imperativo de la comunicación elemental, y eso se articula con la voz de los personajes, que no se sabe bien quienes y qué son. De este o de otro libro de autor alemán, permanece la sensación del diálogo confuso, inextricable, entre un militar, quizá un oficial americano, en los entresijos del juicio de Núremberg, y el interrogado, presumiblemente un oficial nazi. En todo caso, se lleva al libro bajo el brazo.

En la sala de espera lo abre. Es un libro viejo, desvencijado. Contra su previsión, en la primera página, la cinco, las frases son cortas, un fluir de la conciencia entrecortado. Ideal –piensa– sumergirse en una voz, olvidarse del entorno mèdico. Terminada la página número seis, el texto salta a la 53. Evidentemente, se llevó un libro roto, con páginas perdidas. Sabe que no encontrará las restantes en su biblioteca. Piensa en tirarlo en algún tacho, y de golpe, la revelación sin principio alguno: leer, seguir leyendo fuera de la trama, de la tiranía del argumento, de la exigencia de la ley.