Llamar dos veces
Noll repiensa la idea de repetición ya no como una recreación de lo mismo, sino a la inversa: es la repetición lo que funda la novedad.
Hace años, la revista Quimera publicó una entrevista a João Gilberto Noll. Había leído ya otros reportajes y en todos me acompañó la misma impresión: sus entrevistas son notoriamente inferiores a su escritura (eso, de alguna manera, habla muy bien él). Además de entrevistas, de Noll leí casi todas sus novelas, como A cielo abierto y Harmada. Pero no es de esas sobre las que quiero versar hoy, sino de Lord y Bandoleros, publicadas en español en ese orden, aunque originalmente Bandoleros es de 1985 y Lord, de 2004.
Más de una vez he leído que ambas novelas se parecen demasiado, aunque las separan casi veinte años. Y es cierto: en buena medida son bastante similares. En las dos novelas se trata de un viaje, de una aventura (y de la escritura como una forma del aventurarse) que se transforma en un modo del extrañamiento, de la perplejidad, de la pérdida de referencias. En un caso, el viaje es a Londres, y en el otro a Boston, pero siempre el viaje está precedido por una falta de información sobre el porqué de tal decisión, y de un déficit de conocimientos sobre el resultado de tal aventura. Noll maneja notablemente la inadecuación entre los personajes y su entorno, para desembocar en un mundo inexpresivo, oscuro y por eso mismo fuertemente perturbador.
Ahora bien: ¿cuál es el problema de que dos libros de un autor se parezcan mucho? Habitualmente este tema se resuelve con un comentario que, disfrazado de profundo, es en realidad absolutamente trivial: la idea de que un autor está siempre escribiendo la misma novela, poniendo en escena siempre las mismas obsesiones. Nunca voy a entender por qué se menciona la obsesión para hablar de literatura, argumento que termina reduciendo al escritor a la imagen de un neurótico que no logra dar un paso más allá de sus fantasmas privados.
El verdadero talento de Noll no reside en rumiar siempre alrededor del mismo tema, sino en haber escrito formalmente dos veces la misma novela. La repetición se juega en el nivel de la forma, de la estructura del texto, del encadenamiento de las frases, de la sintaxis. Noll repiensa la idea de repetición ya no como una recreación de lo mismo, sino a la inversa: es la repetición lo que funda la novedad. Hay en João Gilberto Noll un pensamiento irónico y crítico sobre el mito de la novedad absoluta, sobre la originalidad y sobre los lugares comunes del pensamiento. Es curioso: aquello que las reseñas sobre Bandoleros marcaron como su principal defecto, es justamente su mejor virtud, su talento absoluto: ¡haber escrito dos veces la misma novela! ¡Eso sí que es difícil!
Recuerdo ahora un caso similar en Argentina: El terrorista y El perseguido, dos novelas de Daniel Guebel. En su caso, las dos novelas son aún más parecidas que las de Noll. En las dos, un acontecimiento absurdo obliga al protagonista a una errancia en la que rápidamente perderá su identidad, seguida por una serie de microtragedias, hasta llegar a un estado de disolución absoluto: lo que se disuelve no es solo el sujeto, sino sobre todo la propia posibilidad de narrar. Quizá la paradoja de escritores como Noll y Daniel Guebel consiste en formular un pensamiento escéptico sobre las posibilidades de triunfo de la novedad. Si la novedad aparece una vez sola, no alcanza. Como el cartero, es necesario que llame dos veces.
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