Llamado a la sensibilidad
Suele ocurrir que los viejos (quienes sienten hiriente esta palabra prefieren decirles adultos mayores) tengan consigo alguna mascota cordial que les haga compañía: por lo común, algún perrito, alguna perrita que vive con ellos y los ayuda buenamente a paliar la soledad. De comer puede que le den alimento canino especial, o bien alguna carne o higadito trozado, o cuando menos las tibias sobras de lo que ellos mismos comen.
Ahora bien, ¿y si para carne o alimento canino ya no tienen? ¿Y si de lo que ellos mismos comen, poco sobra o nada sobra? De los viejos, ya sabemos: ¡que revienten! ¡Que revienten los adultos mayores! Han de ser kukas a los que se les acabó por fin el curro ese de las jubilaciones. O perversos estadísticos, que no temen el desarreglo de cuentas. O bien zurdos que se aprovechan de la evidencia de que actualmente dominan el mundo. No se sabe de qué se quejan, qué reclaman, qué protestan (en resumen: por qué lloran), si tienen perfectamente a su alcance la más entera libertad de elegir: elegir emprender algo y llenarse prontamente de plata, o bien dejarse estar y morir. Asunto suyo. ¡Que se arreglen!
Pero atención: viven con ellos ese perrito o esa perrita tan buenos; sufrirán si pasan hambre, sufrirán si quedan solos; si enferman merecen tener acceso a la atención de un veterinario. Cabe entonces hacer una excepción en el cinismo hoy de rigor, interrumpir por un momento el deporte hoy en boga, que es herir por puro gusto al que padece. Son perritos y perritas, son sin dudas argentinos de bien. No hay que ser insensibles con ellos ni dejar sus derechos desatendidos.
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