Les pido un fuerte aplauso
Para contemplar la maravilla hay que tocar un límite. La saliente de un muelle sobre el mar, la cumbre de una montaña nevada, el filo de un sendero que expone su mejor atardecer junto al abismo. Algo de los bordes nos pone frente a la finitud, al peligro. Y en ese límite humano de indefensión, la naturaleza extrema su hermosura devolviéndonos el lugar del universo que nos ha tocado.
Nos ubica. Desde ahí es posible ver más allá de lo visible. Gozar la sola presencia, la plenitud de lo bello.
Pasamos unos días en Brasil. Aquí las hormigas tienen el tamaño de abejas y las hojas de potus parecen ramas de árboles. Las raíces bajan decenas de metros desde el morro y los árboles pegan vueltas estrambóticas buscando la luz. Es realmente perturbadora la selva, el intenso calor que significa atravesar un morro a pie, el sopor que genera en la piel, el latido de la tierra. Su exceso invita a divisar monos, tucanes, alguna alimaña, a internarse en la más plena oscuridad para, no más de unos pasos después del máximo instante de agotamiento físico, seguir el sonido que anuncia la rompiente de unas olas que, apenas más adelante, serán verdes, azules, turquesas. Tras el esfuerzo la playa extrema toda su belleza y nos recibe en sus aguas cálidas. Estamos juntos. Entre nosotros y con el mar, el morro y la thrilla. El sol es suave y hay árboles en medio de la arena, regalándonos nutridas sombras. Más tarde, otro día, dejaremos el agua para ser sol. Iremos a Pedra do Arpoador siguiendo la marea de gente que avanza por la arena húmeda hacia el punto más extremo de la península. Desde allí, observaremos la caída del sol al otro lado de la bahía. Habrá silencio, fotos, canciones. Y en el instante en que el sol llegue a su límite, solo oiremos las olas y ya no habrá foto, palabra, movimiento alguno más que el de las pupilas siguiendo esa esfera incandescente que baja segundo a segundo en su tramo final. Las olas, debajo, jugarán su rol silencioso para no distraernos. Y cuando por fin la que ya es menos de media esfera desaparezca alguien hará la primera palma. Creo que N, unos metros delante mío. Los chicos lo seguirán, los de al lado, los de más adelante, yo. Todos aplaudiremos al día que se extingue en el mejor y más gratuito espectáculo. El sol se va y nos deja la certeza de que mañana volverá a brillar. Algo tan simple y tan complejo a la vez. Algo que las explicaciones no terminan de hacernos entender. Estamos vivos y cada mañana renacemos distintos a una nueva experiencia por respirar.
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