Asuntos internos

Lectores y ladrones

. Foto: CEDOC PERFIL

Se compran libros porque se tiene la ilusión de una vida eterna por delante. Más libros se tienen, más hará falta vivir. Es por eso que muchos compran libros que saben que no van a leer: la compra del libro crea la ilusión de haber comprado también el tiempo necesario para leerlo. Y como muchos requieren solo el tiempo, ¿qué necesidad tendrían en leer? Leer es para los que tienen toda una vida por delante. 

 Al mismo tiempo, leer anula el paso del tiempo. Es verdad, en ciertos casos en vez de anularlo lo exacerban, haciendo que corra lentamente. Eso es señal de varias cosas, a saber: que el libro en cuestión nos aburre, o que lo que leemos no es lo suficientemente atrapante como para alejar de nuestra cabeza los problemas que nos aquejan. En ese caso lo mejor es abandonar la lectura y entregarse a los problemas. Alimentarse de ellos, rumiarlos, regurgitarlos y volver a rumiarlos, como hacen nuestros parientes cercanos las vacas.

Del mismo modo que leer puede poner de manifiesto la magnitud de nuestros problemas, pueden liberarnos de ellos, haciendo de coartada. Un amigo viaja en colectivo; lo hace de pie, apretujado, porque en aquel entonces todavía se viajaba apretujado en los colectivos. De pronto hay revuelo, ruidos: alguien a los gritos asegura que le acaban de robar la billetera del bolsillo, y por alguna razón difícil de entender las sospechas recaen sobre mi amigo. Las acusaciones se elevan en una curva inusual que terminan en él, y él, a su vez, lanza defensas que en curvas equivalentes no van a caer en ningún lado: nadie lo escucha. Hasta que alguien descubre algo y lo hace saber: mi amigo lleva un libro en la mano. Cuando se desató el revuelo él estaba leyendo. Instantáneamente queda fuera de toda sospecha. Nadie le pide disculpas, simplemente a partir de entonces es ignorado por completo, tratado como una aparición, un cuerpo sin alma o un alma sin cuerpo, da igual.

Hace poco una fotografía se viralizaba en las redes sociales. En una calle de Bagdad, altas pilas de libros contra las paredes. El texto, con más o menos variantes, dice así: “Los libreros de Bagdad suelen dejar los libros en la calle de noche cuando cierran porque dicen que un lector no roba y un ladrón no lee”. Gran confusión, aún proveniendo de un librero iraquí. Tal vez, como ocurre a menudo en las redes, el texto es una invención sin ningún asidero en la realidad, pero a los efectos que nos interesan la cosa carece de importancia, porque lo cierto es que mucha gente toma tal afirmación por verdadera. 

Un lector no roba y un ladrón no lee. Tal vez la segunda parte de la sentencia es verdadera, pero la primera es visiblemente falsa: los lectores roban. O pueden robar. Y en eso su moral no es tan distinta de la de los ladrones que no leen. Cuando era librero tuve ocasión de ver a muchos lectores robando libros. Entonces y ahora carecía de la capacidad de discernir y diferenciar al cleptómano del necesitado, cosas ambas que al librero, llegado el caso, importan muy poco. Un ladrón es un ladrón, se dice el librero a sí mismo, estalinianamente. Que las razones que llevan a un lector a robar las averigüe otro. 

Lo que diferencia a un lector de alguien que no lee no es la tendencia a evitar el robo del objeto deseado sino la capacidad de pedir perdón cuando es atrapado. Es algo de lo que fui testigo muchas veces en mis años de librero. Que sirva de lección a los iraquíes.