Lecturas

Las vidas ajenas y la nuestra

Noche en una calle lluviosa Foto: Unsplash | Filip Mroz

Vuelvo a leer la novela Dora Bruder de Patrick Modiano y el efecto que me produce su lectura es similar a la anterior, hace ya muchos años, y sin embargo, a pesar del paso del tiempo, soy capaz de recordar no solo algunos pasajes de la narración sino la atracción, la sensación de trascendencia que produce el texto en quien lo lee, ya que se trata de un trabajo de minería, no tanto de datos como de las secuencias de una vida.

Dora Bruder era una adolescente judía nacida en París y de cuya existencia el narrador toma conciencia al ver en una sección de búsqueda de personas del vespertino Paris-Soir de 1941 la descripción de la chica y la dirección de los padres para enviar cualquier información sobre su paradero.

El matrimonio Bruder era húngaro, habían emigrado a Francia en los años veinte y alquilaban una habitación en la que vivían con su única hija. En un momento dado, quizá por la imposibilidad de mantenerse los tres, la inscriben en un internado de monjas, en el norte de la ciudad, sitio del que Dora se fugará dos veces.

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A partir de aquel suelto en un vespertino, el narrador investiga e intenta reconstruir la vida de Dora sin conseguir exhumar todos los datos que se propone, pero los suficientes para poder observar su vida. No solo eso, sus caminos se van cruzado con los de los padres de ese narrador, que tienen más de una intersección con los sitios por donde estuvo la adolescente.

En algún momento pareciera que estamos ante un informe o un trabajo documental, por las listas, por la obsesión de transcribir fechas y lugares, pero el narrador se ocupa de aclarar que busca la reconstrucción vital para desbaratar el olvido, ¿y qué es sino una partida de nacimiento o la constancia del ingreso a u internado sino el inventario de una estadística: la burocracia del olvido?

El narrador da con alguna algunas pistas, muchas más de las que el lector espera al inicio del libro, pero a la vez va sembrando, entre la enumeración de documentos, de dudas, preguntas, digresiones e incluso alguna ucronía de lo que pudo pasar con la chica, sobre todo durante las dos fugas del internado mientras aparecen nuevas preguntas de sí mismo, de la voz que narra, quien también se fugará en los años 60 de un internado; de su relación volátil con un padre que acaba desapareciendo y de una madre actriz que Modiano rescatará en otro libro para intentar una operación similar, pero en aquella otra novela será la búsqueda de esa madre. (Se puede salir a buscar una persona que tienes al otro lado de la mesa).

Modiano usa los datos del mismo modo que un marco contiene la tela de un cuadro. Necesita contener el material que se desparrama por todos los costados porque es inaprensible: momentos de vida en los que puede haber acontecido la pulsión de una adolescente queriendo huir no ya de un París sitiado por los nazis sino, al menos, de las paredes de un centro que de algún modo representan un orden opresor para alguien que surge a la vida.

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Lo curioso de la narración es que derrama una carga existencial espesa que se proyecta más allá de la guerra, de la ocupación, y que inunda los años finales del siglo pasado en los que el narrador adulto, sexagenario, sigue manteniendo una mirada que está cautiva en un escenario en el que la vida se expresa a través de una fuga que no termina de prosperar porque pesa la idea de que no hay otro mundo.

La obra de Modiano funciona como un reverso de las crónicas de Stefan Zweig, que evocaba una realidad que se había esfumado en El mundo de ayer. Modiano no echa en falta una experiencia anterior: sus personajes se mueven en un lugar disuelto y no conocen otro; tratan de abandonarlo, pero sin la certeza clara de poder ir a un nuevo sitio. Es más, dan vueltas sobre un mismo eje temporal y espacial. Zweig, al contrario, evoca una Europa en la que, a finales del siglo XIX y principios del XX, se podía pasar una vida en una sola casa y todo lo que sucedía fuera de Viena, todo lo que pasaba en el mundo exterior, ocurría en los periódicos: nunca llamaba a la puerta. El narrador de Modiano, al contrario, está todo el tiempo en la calle, buscando una casa, un hotel, un bar o un cine, un espacio por el que, alguna vez, aconteció una versión sórdida de la vida, pero una versión de la vida al fin.

Volví a leer Dora Bruder durante una visita familiar, el fin de semana pasado, justamente a París. La lectura de Modiano fue un cristal para ver la fragilidad y la pérdida de las cosas que según cuenta Zweig alguna vez existieron. Sus miradas complementarias no resultan totalmente ajenas en medio del ruido y la furia que acontecen hoy. Sin freno.

*Escritor y periodista.