ascetas

Las tentaciones del desierto

. Foto: CEDOC PERFIL

Veníamos hablando del ascetismo, de sus encantadoras mortificaciones ejecutadas por algún practicante que  busca alcanzar las cimas de un ideal moral o religioso. Tendemos a pensar que toda forma de pensamiento, de religión y experimentación digna de ser observada nace en la antigua Grecia o en el Antiguo Medio Oriente, pero eso no responde más que a un déficit de atención causado por nuestras anteojeras mentales. Basta con recordar que también transitaron ese camino el budismo y el brahmanismo. El propio Siddartha Gautama, allá por el 538 a. C., dejó a su mujer, a su hijo, su casa y se convirtió en mendigo buscando el secreto que pusiera fin a las penurias de la existencia; durante seis años se formó con maestros yoguis y se sometió a penitencias que no lo llevaron a nada; pero una noche entró en trance y los cien mil dioses le arrojaron flores del cielo.

La belleza es tan peligrosa como el martirio extremo; el exceso floral podría haberlo asfixiado, pero eso no ocurrió y Gautama se convirtió en Buda, el Iluminado. No sorprenderá al lector que Mara, el demonio, quisiera tentarlo con los goces del mundo a cambio de que no difundiera su método, y tampoco sorprenderá que Buda se resistiera a la tentación. Actos heroicos como ese se difunden como leyendas por los siglos y se esparcen por la tierra y dan lugar a lo propio y a  lo ajeno.

En este caso, la noticia les llegó un poco tarde a los esenios que andaban por la zona del Mar Muerto y estos la transmitieron como enseñanza y hubo un rabino que supo encarnar o ser objeto de narración de esa escena: la cultura es un palimpsesto que se copia y se reescribe todo el tiempo y toda fe es verdadera o ninguna lo es, pero cada cual se haya con su propio santoral y mejor entienda el mensaje de aquellos dioses, que al ver el nacimiento del Iluminado no se dispusieron a aniquilarlo (porque su verdad venía a colocarlos en el lugar del trasto viejo), sino que lo celebraron cortésmente con su lluvia floral que tenía los divinos perfumes del paraíso.

 Durante cuarenta y cinco años, Buda recorrió toda la India anunciando su mensaje: en este mundo de sufrimiento, solo una cosa es estable y firme: la verdad acerca de la vida recta, la única que libera del sufrimiento. Se ve que ese mensaje no se ha difundido con suficiente vigor entre algunos de nuestros representantes, que buscan tantos techos para guarecerse de los abismos de la incertidumbre económica como departamentos y condominios puedan adquirir en las doradas y tediosas playas de Miami donde se abarrotan en temporada alta nuestros cholulos locales. De obrar algo más fuerte que la sanción social, moral, un encierro en las idílicas cárceles locales podría llevarlos a conocer en carne propia las ventajas indudables de las Cuatro Verdades y el Óctuple Sendero, mientras meditan en posición de paro de cabeza tras las simétricas rejas. Claro que eso no ocurrirá ni hoy ni mañana y probablemente nunca, por lo que mejor sigamos la semana que viene con nuestro cuento de ascetas y eremitas del desierto.