Las malas mentiras
La impunidad en estos tiempos con respecto a lo que se dice –tanto los “haters” de las redes sociales como ciertos gobernantes con lengua de serrucho–, devalúa incluso el potencial de las mejores mentiras. Ya ni siquiera pienso en el rescate de la verdad, que parece destituida del plano discursivo; pero al menos destacaría cierta elocuencia verbal que enaltezca la impostura.
La mentira flagrante, obvia, que se nutre del escándalo, es la que realmente tiene patas cortas, y derriba todo potencial humano. La mentira elaborada, con ideales, sustento e imaginación, puede llegar al estatuto de creencia, convertirse en verdad de muchos, y con suerte, realidad enaltecida.
Oscar Wilde, quien siempre tuvo salidas originales y argumentos portentosos, escribió a fines del siglo XIX sobre la decadencia de la mentira. Así es el título de su texto, donde sugiere cómo y cuándo mentir. Lo hace a través de un diálogo, a la manera socrática, entre Cyril y Vivian; este último le cuenta a Cyril que acaba de terminar de escribir un artículo sobre la mentira, diferenciando a los buenos mentirosos, que serían los artistas de los verdaderos farsantes, más parecidos a los políticos.
Vivian: “Después de todo, ¿qué es una buena mentira? Simplemente, aquello que trae en sí mismo su prueba. Si un hombre carece a tal punto de imaginación que aduce alguna prueba en apoyo de su embuste, tanto le valdría, realmente, empezar diciendo la verdad.”
Parece decirnos: mentirosos de baja estofa, refugiaos en lo que les queda de verdad. Claro que Wilde no sabía que cien años más tarde se hablaría de la “posverdad”, una suerte de mentira argumentada, sin otra gracia que la de la manipulación, que no tiene ninguna gracia. A Wilde le hubiera parecido una ofensa a la mentira, un artilugio de la ignorancia. Porque de eso se trata la posverdad, muy asociada al estilo Trump, definida por la RAE como “distorsión deliberada de una realidad que manipula creencias y emociones con el fin de influir en la opinión pública y en actitudes sociales.”
Wilde publicó este diálogo de ficción en 1891, dentro de su libro más original de crítica y estética llamado Intenciones. También nos dice allí que el verdadero relato es el del artista. En este sentido, una obra de arte cumpliría con el requisito, según el escritor dublinés, de una buena mentira: aquello que trae en sí mismo una prueba. “Los girasoles” de Van Gogh no son los del campo, pero conllevan la prueba de los ojos de Van Gogh. Son los girasoles de su mirada los mismos girasoles que nos miran. Casi que los podemos tocar con nuestros propios ojos, como en la increíble veracidad de un sueño. Dice Vivian, el personaje de Wilde: “¿A quién sino a los pintores impresionistas debemos esas maravillosas nieblas parduscas que se arrastran por nuestras calles de Londres, esfumando la luz de los faroles y convirtiendo a las casa en sombras monstruosas?”.
Así, una buena mentira se constituye a partir de una captación verdadera.
No es ni un engaño, ni una falsificación, ni una traición.
Es, en todo caso, una creación humana.
Según ese mismo personaje, la vida imita al arte, le brinda formas, la vuelve significativa. “Mientras que el arte que imita la vida es el que menos representa para nosotros el espíritu de su época”. El título de su texto, citado al principio, es bastante elocuente: “La decadencia de la mentira”. Y así lo anuncia Wilde: “Se está vulgarizando la humanidad. El crudo comercialismo de los Estados Unidos, su espíritu materialista, su indiferencia al lado poético de las cosas y su falta de imaginación y de altos ideales inasequibles, se deben por completo a que ese país ha adoptado como héroe nacional a un hombre incapaz de una buena mentira…”
Y sigue: “Los políticos no cultivan la verdadera mentira y se ven vencidos por la prosa de la vida”. (Ojalá la prosa se restaure pronto, y volvamos a ser sujetos no predicados).
Finalmente, Wilde, con la ironía elevada que lo caracterizaba, propone a fines del siglo XIX, una publicación que considera que será de gran éxito: “Un breve catecismo sobre Cuándo y cómo mentir, publicado en una forma atractiva y módica, seguramente alanzaría una gran venta y resultaría de mucha utilidad a gente seria y reflexiva.” Nunca llegó a publicarse. Se puso en práctica bestialmente, sin ninguna bibliografía.