Laje, y la ética del conflicto
Es especialmente interesante el modo en que Agustín Laje logra convertir las entrevistas a él, en entrevistas de él, hacia quienes tenían intenciones de preguntarle algunas cosas solo unos minutos antes. De repente Laje pasa a demandar, a quien quiere cuestionarlo, datos sobre la Agenda 2030, estadísticas de desigualdad de género en relaciones aparentemente no expuestas anteriormente, o ante un periodista mexicano solicitar fuentes para contrastar su insistencia en el impacto de la industria farmacéutica en los intentos de cambio de sexo en niños menores de edad. Aunque esto también expone la relación turística que muchos periodistas tienen con asuntos teóricos de alta complejidad, demuestra que en esencia Laje es un polemista, no un intelectual, y esto es lo que fundamentalmente le permite funcionar como una pieza clave de este gobierno.
A casi ya un año de la asunción de Javier Milei como presidente, se puede asegurar que el conflicto forma parte esencial de su agenda pública. Desde la acusación a periodistas de ser agentes que se mueven sobre la base de pagos, el señalamiento a economistas de ser chantas insistentes, o su nuevo y literal ataque a la vicepresidenta, permiten exponer algo que se parece más a un proceso en serie, que a una condición particular impulsada producto de condiciones coyunturales. Sobre esta observación de la insistencia, se puede pensar en términos de función, es decir, del rol que cumple el conflicto como productor de prácticas sociales específicas y su modo de consolidar bloques homogéneos en grupos sociales específicos.
Esta no es una preocupación teórica nueva. Algunas corrientes sociológicas del siglo XX pusieron especial atención en lo que se denominan como instancias de interacción. La sociología, todavía como nueva disciplina, debía intentar atender problemáticas de nuevo tipo producto de la explosión y creación de las grandes ciudades, es decir, de lo que hoy denominamos como principales centros urbanos. El camino que abre Kant, con interpelaciones en torno a las condiciones de conocimiento del hombre solo frente al mundo, como aquel que en su esfuerzo no hace otra cosa que construirlo, se encuentra años después con los dramas urbanos de demasiada gente apilada en poco espacio y enfrentadas entre sí. De este modo, no se trataba ya tan solo de las maneras en que se construía ese mundo externo en relación con miradas propias, sino de cómo se intentaba resolver, si es que esto era posible, el enfrentarse a otro ser, que estaba intentando exactamente lo mismo, pero en espejo, y con ideas en tensión. El conflicto, como una problemática social, era uno de los asuntos tratados, fundamentalmente, porque debía descifrar desafíos de contraste recurrentes. Laje y Milei, no traen, de este modo, especiales novedades.
Debe insistirse con indicar que la política, como un sistema especializado que produce prácticas muy específica, y que no tienen equivalente fuera de ella, no es de gran ayuda para evitar situaciones conflictivas. Toda su organización está basada en la sistematización de condiciones favorables hacia el conflicto, que se pueden señalar, desde la organización de elecciones para ver quién logra mayor cantidad de votos, incluyendo la guerra de la campaña electoral, los debates parlamentarios como escenario de guerra con resultados tendientes muchas veces a la incertidumbre, y hasta los idas y vueltas en redes sociales, son ejemplos de la enorme funcionalidad que para la sobrevivencia diaria tienen estas tensiones como formas de sostener identidades contrapuestas. Laje produce una colaboración fenomenal para que esto sea un éxito sostenido, pero al mismo tiempo, su producción, debe ser incorporada en otra pregunta. Si el conflicto es impulsado sostenidamente como una forma de vida, y no como momentos particulares que puedan ser diferenciados de la vida cotidiana recurrente, ¿qué efectos sociales produce y qué consecuencias genera en forma de aperturas limitantes para la reproducción social?
Esas reflexiones sociológicas sobre la interacción se dirigían a intentar comprender, como nombró alguna vez Niklas Luhmann a uno de sus ensayos, cómo era posible el orden social, y esta consideración no podía ser abordada sin otras preguntas derivadas hacia la idea de comunicación; y digamos, también de manera resumida, la pregunta sobre de qué modo es o no posible que la comunicación prosiga, más allá de las tensiones recurrentes del acumulado de individualidades. En esto mismo, el conflicto ofrece consecuencias específicas.
Se puede indicar de una manera muy básica, y a veces no siempre detectada, que la comunicación, para seguir adelante, requiere solo de mayor comunicación; o sea, que alguien responda a lo dicho por alguien. Aunque no hay elementos sociales que garanticen siempre un resultado que obre como un asegurador de ese flujo de “decires” en ambas direcciones, un sujeto socializado bajo condiciones aceptables, tiene suficiente experiencia como para saber qué opciones del “decir” ofrecen mayores chances de éxito en la búsqueda de una respuesta. La cordialidad, en lugar del insulto, puede ser un ejemplo esencial para comprender diferentes rendimientos.
La comunicación, llevada hacia su exitosa consecución, es lo que explica la variedad del mundo moderno, en donde millones y millones de personas hacen esfuerzos cruzados por lograr el éxito de tan solo seguir hablando. Este éxito se basa en el tratamiento de una diferencia, en que justamente lo dicho por alguien deberá ser continuado por otras personas con una respuesta alternativa, que diga algo diferente, y que al mismo tiempo deje claro que se trata del mismo tópico. La sociedad moderna se caracteriza, justamente, por el esfuerzo sistemático del tratamiento de esta complejidad acumulada de diálogos basados en idas y vueltas diferentes.
Mientras estos esfuerzos sobreviven en la medida de que tratan de suponer una salida a este desafío de uno y otro dialogando, y sus resultados intentan ser un paso adelante en la complejidad cruzada de por lo menos dos personas (porque una comunicación nunca deja el mundo igual que antes de que se produzca), las situaciones conflictivas en una situación de interacción producen y consolidan precisamente lo opuesto.
Quienes se orientan como Laje o Milei, fundados en una práctica discursiva del conflicto, generan la anulación de lo que Parsons denominaba como Doble Contingencia. Cuando el conflicto se hace presente en una comunicación, convierte el esfuerzo de resolver el intercambio de dos personas en situaciones cruzadas de contingencia comunicacional, en un bloqueo de esta. La comunicación pasa, de ese modo, de ser un intento por lograr su flujo y continuidad, y su avance hacia un mundo nuevo, para consolidarse como la anulación de esa chance.
Laje no va a los programas a ponerse de acuerdo con los periodistas, sino a producir material que luego será subido a sus redes sociales, para consolidar la tensión conflictiva de su mundo teórico, como un enfrentamiento esencial contra los enemigos que deberán ser reivindicados en su existencia como fuente de energía propia. Los suyos, sus seguidores, al mismo tiempo, serán los que debajo de esa tensión, también deberán orientar sus esfuerzos en consolidar esa batalla eterna, porque del lado de Laje, como del lado de Milei, para mantener a sus seguidores, solo se les pedirá una cosa, que sean leales completos. La caída de funcionarios en desgracia es la confirmación de esta modalidad.
Debería haberlo notado Diana Mondino antes de haber intentado llevar adelante sus sueños de libertad, pero esas son cosas que a nadie que tenga ganas de pelearse deberían importarle.
* Sociólogo.
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