lijo y la corte suprema

La vida te da sorpresas

El voto de García-Mansilla en el Máximo Tribunal indigestó al Gobierno. Las lecciones que ha dejado la historia.

Juez Lijo. Foto: Pablo Temes

Hay un concepto que debe quedar bien en claro: en una República en la que rigen plenamente las instituciones, no es posible que haya jueces nombrados en comisión, es decir, designados por fuera de los mecanismos ordinarios que establece la Constitución Nacional. Por lo tanto, ni Manuel García-Mansilla ni Ariel Lijo deberían llegar a sus cargos tras la aplicación de un artículo de excepcionalidad. Esa excepcionalidad es la que hoy en día le permite al Dr. García-Mansilla ser nada menos que ministro de la Corte Suprema. Mientras tanto, la postulación del Dr. Lijo luce, al momento de escribir esta columna, absolutamente vidriosa.

Cebado en el ejercicio del poder, el Gobierno vino asegurando que el jueves, Lijo juraría como miembro del Alto Tribunal. Daba por descontado que, después de la escandalosa y sorprendente convalidación del pedido de licencia extraordinaria sin goce de sueldo del juez ante “la inestabilidad de su cargo” otorgada por parte de la Cámara de Casación, lo de la Corte sería un simple trámite de convalidación. Pero, “la vida te da sorpresas, sorpresas te la vida”: el jueves en su sesión de acuerdo la Corte rechazó el pedido por mayoría y en fallo dividido. Tres ministros votaron por la negativa: Carlos Rosenkrantz, Horacio Rosatti y Manuel García-Mansilla. El voto a favor de concedérsela fue de Ricardo Lorenzetti. La gran sorpresa –absolutamente indigesta para el Gobierno– fue el voto negativo de García-Mansilla. Desde los rincones del poder libertario esperaban que, al menos, se abstuviera.

A esta altura del partido el Presidente no debería insistir con Lijo y Lijo, en un acto de aprecio de su propia dignidad, debería declinar su candidatura ante tanto desgaste y manoseo. El prestigio es un valor que hace a la función de un juez y, mucho más, cuando se trata de un ministro de la Corte Suprema.

Otro enfrentamiento desafortunado: la pelea mezquina e infantil entre Jorge Macri y Patricia Bullrich

En la historia institucional de la Argentina hubo dos casos relevantes en los que el Presidente tuvo un gesto clave destinado a asegurar la independencia y, por ende, el prestigio de la Corte. Uno de ellos fue el caso de Bartolomé Mitre quien, el 16 de octubre de 1862 –es decir, cuatro días después de asumir la presidencia de la Nación, se dirigió al Senado para solicitarle el correspondiente acuerdo a fin de nombrar a los integrantes de la Suprema Corte. Consciente del delicado momento institucional que se vivía por entonces, la Cámara Alta prestó su acuerdo en 24 horas, por lo cual los postulados por Mitre fueron confirmados con una particularidad: entre los propuestos por Mitre estaba su acérrimo adversario, Valentín Alsina –quien fue nombrado presidente de la Corte– lo que aseguraba la independencia absoluta del Alto Tribunal. Con ese gesto, el entonces presidente le dejó a la sociedad un mensaje muy claro y contundente: la función de la Corte es resguardar los valores de la República y no los intereses de los hombres y las mujeres que forman parte de un gobierno.    

Quien buscó emular a Mitre fue Raúl Ricardo Alfonsín quien, no bien electo presidente el 30 de octubre de 1983–, con la misma intención de asegurar la independencia del Poder Judicial, le ofreció el cargo de presidente de la Corte a quien había sido su adversario en las elecciones, el Dr. Italo Argentino Luder quien, lamentablemente no comprendió la dimensión política de aquel gesto enorme, y no aceptó. ¡Qué lejos ha quedado todo aquello! Las lecciones que ha dejado la historia deberían ser el faro que sirve de guía a los nuevos funcionarios para sostener la institucionalidad –y su propia honorabilidad–, pero en una clase política desprestigiada sumida en la lucha por el poder esto resulta cada vez más difícil. Sobran ejemplos. Veamos pues, algunos de ellos.

Bahía Blanca: las tareas de coordinación entre rivales políticos no solo son posibles sino prioritarias

La semana pasada tratamos en esta columna la disputa entre el Presidente Milei y el gobernador de la Provincia Axel Kicillof por la tremenda situación de inseguridad que atraviesa el Conurbano. Esta semana dejó un enfrentamiento similar igualmente incomprensible y desafortunado. Se trata de la pelea mezquina e infantil entre el jefe de Gobierno porteño Jorge Macri y la ministra de Seguridad Patricia Bullrich que escaló en las últimas horas hasta involucrar al propio Mauricio (Macri) líder del PRO.

El motivo no es otro que el traslado de presos de las comisarías porteñas –absolutamente colapsadas– al Servicio Penitenciario Federal. Las fugas de presos en la Ciudad son el telón de fondo que pone en riesgo la seguridad y la vida de todos los porteños. Ni Macri ni Bullrich han estado a la altura de las circunstancias y han convertido a los vecinos de la Ciudad en los rehenes de la pelea electoral, entre el PRO y La Libertad Avanza. La disputa por el control político del territorio porteño es lo único que los desvela. El problema, que tuvo su origen en tiempos de la intervención del Servicio Penitenciario por la exjueza y fundadora de la agrupación kirchnerista Justicia Legítima María Laura Garrigós de Rebori, ha ido escalando y llevado al extremo en la actualidad por funcionarios que supieron convivir durante años bajo el ala del partido amarillo. Los actos públicos y la red social X han servido como canal para declaraciones desmedidas y acusaciones cruzadas. Sin embargo, el 12 de diciembre de 2024, hace tan solo tres meses atrás, el Gobierno porteño y el Ministerio de Seguridad habían firmado un “Acta de entendimiento para la transferencia de las competencias del Servicio Penitenciario” expresando compromisos recíprocos orientados a transferir competencias del Servicio Penitenciario Federal a la Ciudad. ¿En qué quedó dicho acuerdo? Hasta ahora, en la nada. La pirotecnia verbal de las disputas políticas prevaleció otra vez.

La emergencia climática que desató la tragedia en la ciudad de Bahía Blanca, es una muestra de que las tareas de coordinación entre rivales políticos no sólo son posibles sino prioritarias. La clase dirigente argentina debería ponerse los pantalones largos y alcanzar la madurez de una vez por todas sin olvidar que la ciudadanía los votó para resolver sus problemas en lugar de hacer papelones propios de los egos de un teatro de revista.