La vida que elegimos
Es bueno decir “esta es la vida que elegimos” no solo cuando las cosas salen, sino también en los momentos de dificultad. Hay que acordarse de esto a tiempo, y repetirlo. “Esta es la vida que elegimos”. Cuando fracasa un intento, cuando algo falla o duele, cuando alguna situación nos irrita o nos hace mal. ¡Esta es la vida que elegimos! La que abrazamos y seguimos construyendo. Esto es parte de todo lo demás, de haber dicho que no a ciertas cosas y sí a otras. Porque, de lo contrario, nos confundimos. Pensamos que asertividad es festejar los logros, sin considerar los escollos del camino, todo lo que viene adosado a una decisión (o a un deseo), que nunca es lo que queríamos, ni depende únicamente de nosotros, sino de mil factores, abrojos y despojos que al comienzo es imposible imaginar.
Si para hacer algo supiéramos de antemano las dificultades, estafas que podrían hacernos o errores que podríamos cometer, no haríamos nada.
Se hace necesario borrar los desvíos a la hora de dar los primeros pasos en nuestra dirección. Pero después, cuando se desata la primera tormenta, cuando los demás reaccionan a lo que hacemos o aparecen problemas que no imaginábamos: “esta es la vida que elegimos”. Decirlo acomoda, nos reubica y nos reencauza, le da épica al proyecto y nos reeduca en humanidad. No es capturado como el instante en que somos felices, pero sí nos permite ir más allá, mirar el destino, aceptar la pérdida, saber qué buscamos en realidad. Se trata de incorporar el lado B de esa vida/profesión/deporte/vocación que hayamos elegido, amigarnos con lo áspero y trabajoso; abrazarlo aunque no se deje.
Esta especie de mantra repetitivo sirve tanto para trámites engorrosos o colas interminables, como para desentendimientos, ruidos molestos de vecinos, enfermedades, o todo aquello que un deseo traiga. No es mala suerte o un traspié momentáneo lo que se opone a nuestra búsqueda, sino algo fundamental.
Estamos bombardeados por imágenes de idilios artificiales que no existen y nos pintan mundos perfectos, alucinados. Gallineros impecables sin guano ni alimañas, construidos en extensiones incontables de espacio, con toboganes para las gallinas y sectores de aseo y descanso. Libros en mesas de bares iluminados por el rayo de sol que refleja una palabra subrayada –que nadie leerá– junto a pocillos de café especialidad con un dibujo perfecto sobre la espuma. Labios hyaluronizados en su perfecto grosor de época. Todo renderizado y camino a empeorar. Por eso es importante escribir y hablar de la otra parte, esa que no recorta la mirada o la cámara, la que se llena de barro o se revuelca en cierta burocracia inadjetivable.
“Esto también es la vida que elegimos”, lo erróneo, lo doloroso, lo que agita, agota, angustia. “Esto también”, lo que da alegría y hace gozar, lo que invita al juego o a compartir es aparentar.
Hacer cosas grandes o duraderas implica hacerse cargo no solo de las decisiones personales sino también de todo lo que ellas despiertan y producen, de lo que cada acto trae aparejado como aprendizaje en el combo que acarrea.