renuncias

La trampa de la propuesta infinita

. Foto: Cedoc Perfil

Para hacer hay que cerrar. Pareciera lo contrario, pero no. Estamos aturdidos de mensajes instantáneos con claves para vivir mejor, o lograr objetivos de forma exitosa y atravesar la mayor cantidad de experiencias. Lamento contradecir siempre a la época, pero otra vez no. No funciona así. La compulsión por el hacer no es la salida a nada. Abrir y seguir abriendo, tampoco. 

Hay una corriente de positividad pregonando el sí a todo. A vivirlo todo, a experimentarlo todo. Pero existir no se parece a prepararse para un examen. En primer lugar, porque no hay manuales. Después, porque no es necesario llegar a ningún lado ni alcanzar alguna nota o galardón antes de morir. No hay que aprender ninguna lección en verdad, aunque eso nos repitan hasta el hartazgo los gurús de la sabiduría. 

Vivir una vida que valga la pena es, para mí, poder hacer algunas cosas por las que sintamos gratitud. En otras palabras: sobra con entregarse al hacer de una forma propia, hacer de manera que nos encontremos representados en esa praxis. Tom Waits decía: “El modo en que haces algo es el modo en que lo haces todo”. Hay una clave honesta ahí. Entonces, decía, alcanza con encontrar un modo de hacer, y, alcanza con hacer en la medida justa. ¿Por qué agregar o probar siempre más? 

No creo que haya que hacer muchas cosas. No al menos todas las que parecería que nos “gustan”, o que tenemos “ganas”. Me inclino a pensar que las ganas son la forma boba del deseo, una especie de jugo aguachento que nadie quiere tomar. Por eso hay que desoír o contradecir a las ganas. No querer todas las huertas que nos muestra el algoritmo o todos los libros que nos sugieren que deberíamos leer. La especificidad puntual de todo lo que se nos muestra a partir de saber qué hacemos o quiénes somos, nos enceguece. Y digo “se nos muestra” porque no somos nosotros los que elegimos qué ver, sino apenas esclavos pasivos de lo que se nos quiere mostrar.

Estoy segura de que alcanza con hacer alguna, o un par de cosas en la vida. Esas imprescindibles, las que nos mejoran y respetan ese modo nuestro de cuidados y tiempos. Para hacer algo hay que dejar de hacer otra cosa. Siempre será así. Hay que elegir. No se puede todo al estilo “reel de Instagram”, un scroll desenfrenado de actividades (que nunca son actos): salto en largo, ciclismo, cerámica, terapia del sueño, pintura, montañismo, pilates, fotografía, yoga, patín, ayurveda, rollers, canto, actuación, footing, taller de bla, bla, bla, meditación. Lo social digital no dejará de mostrarnos a un otro siempre haciendo algo buenísimo que nosotros no hicimos –y que probablemente nunca haremos– mientras pregona en sus imágenes un elogio de la experiencia. La trampa de la propuesta infinita. Como si nuestra vida también se scrolleara y todo se hiciera para pasar a la foto siguiente, sin importar cómo, sin entablar lazos y confianzas.

No estoy diciendo que esté mal probar, descubrir, intentar cosas nuevas. ¿Quién podría discutir eso? Pero… ¿tanto? ¿Todo? ¿Hasta cuándo? Personas mayores haciendo cosas de adolescentes ad infinitum. Pudor.

Para hacer algo hay que enfocar. Dejar de tocar la campana para entrar en la misa. Apaciguar el corazón, estar bien con un desafío personal, por singular que sea. Terminar una carrera, aprender un oficio, un arte, formar una familia, independizarse. La suma constante, abruma. El exceso distrae. Abrir y abrir no es buena estrategia. Sirve en etapas de exploración, pero algún día hay que pasar a la síntesis. La bala entra cuando el brazo, el ojo y el dedo que gatilla están alineados en dirección a un mismo objetivo.

Para hacer algo hay que saber cerrar. Las puertas, el otro millón de posibilidades, el sí fácil, los trabajos que sabemos que no son. Hay que dominar el miedo y restarse del sinfín de ofertas. Simplificar para querer mejor, para hacer con oficio, que al final es amor. Y quitar interacciones del camino para volverlo más directo, más audaz. Devenir nuestro propio proyecto.

Disponerse a vivir lo propio es renunciar a la mirada de lo ajeno, al narcisismo de las pequeñas diferencias. Hacerlo es tomar contacto con lo extraño. Es esto lo mío, lo nuestro. Es este el proyecto y no todos los posibles que imaginamos. Es este el tema del libro. Esta soy yo. Lamento no ser todas las otras que yo misma idealicé. Esta soy yo. Y esto es lo que escribo.