La sal y el billete de $ 5
La sal, de mano de las hipertensiones, corazones expuestos y recomendaciones médicas, está perdiendo prestigio. Las mesas de los restaurantes, para defendernos, ya no dejan a la vista los saleros. Pero no siempre fue así.
Hasta que se acuñaron las primeras monedas, la sal fue el medio de pago junto a otras especias y el trueque.
La sal ha sido, en la Antigüedad, un ingrediente cotizado, valor que aumentó cuando se descubrió la posibilidad de conservar con ella las carnes. El antiguo Egipto es el primer lugar que se conoce de curar la carne con sal. El jamón serrano es, en el presente, una muestra de las posibilidades del condimento.
El comercio de sal fue incrementándose, lo que obligó al trazado de rutas y transportes. Uno de estos caminos era la Via Salaria, aún existente, que comunicaba a Roma con otros mercados y destinos. El valor de la sal era tal que algunos legionarios y soldados eran pagados con ella, proviniendo de este hecho la palabra salario. Incluso soldado y sueldo tienen el mismo origen.
Salado tiene un doble y paradójico significado en el lunfardo, por un lado es “salado” lo que es caro y, por otro, “salado” es aquel que tiene mala suerte.
Una superstición extendida es no tomar un salero de la mano de otra persona porque llevará a una pelea inevitable. Esta costumbre derivaría del comercio de antaño que al utilizar la sal como medio de pago, si resultaba derramada, las partes se acusaban mutuamente del derroche y se originaba la disputa mezquina.
Algo similar ocurrió en los últimos dos meses con el billete de $ 5 con el rostro de San Martín. Como una mancha venenosa, recibir al pobre general a punto de pasar, una vez más, a la historia, es motivo de controversias.
Hoy, 29 de febrero, si nada ha cambiado, queda fuera de circulación el billete nombrado, que naciera en 1998 (puede ser canjeado en bancos hasta el 31/3). Cuando ese billete vio la calle equivalía a US$ 5. Cinco pesos, cinco dólares. Para comprar en el presente US$ 5 hacen falta 64 u 80 billetes de $ 5, según oficial o blue.
San Martín ya fue. En fila espera Belgrano desde la ventana del billete de $ 10. Sabe que es el próximo, pero, tal vez amparado en que en este 2020 se cumplen los 250 años de su nacimiento y doscientos de su muerte, logre una sobrevida impresa.
Fieles los argentinos a nuestra idiosincracia no agotaremos la discusión en torno a los billetes. El Gobierno anunció que los animales estampados en el papel moneda se extinguirán y dejarán vacante su lugar. En simultáneo con esta notificación se apuraron todos los colectivos para intentar colocar en los billetes la imagen que los represente. Billetes con mujeres, con escritores/as, con sindicalistas, con empresarios, con árboles, con médicos/as, sacerdotes, militares, deportistas, personajes de historieta, músicos, extraterrestres y películas. Puede que una próxima temporada de La casa de papel refleje este debate.
Esperemos que en medio del fragor de estas discrepancias no nos olvidemos, al menos, de los citados San Martín y Belgrano. Y que las autoridades de turno no sugieran nombres que, en definitiva, no hagan otra cosa que resaltarlas a ellas.
Señalemos que en esta Argentina desmesurada llegamos tener un billete de un millón de pesos y que somos el país que posee más dólares de “cabeza chiquita” (emitidos por EE.UU. hasta 1996), lo que demuestra que, de tantas frustraciones de la moneda nacional, caemos en la vegetariana obsesión por la lechuga norteamericana.
Cada billete que sale a la calle lo hace con toda la esperanza de un pueblo de que esa moneda, ese rostro que ya no envejecerá fijado en el papel, no perderá su valor a causa de la inflación.
La ilusión de tener un billete que respalde nuestros ingresos, nuestros sueldos. Estamos cansados de repetir que el salario no es ganancia, ojalá que, por lo menos, deje de ser pérdida”.
*Secretario general de la Asociación del Personal de los Organismos de Control (APOC) y secretario general de la Organización de Trabajadores Radicales (OTR CABA).