La que tiene que correr es la pelota
Hay una frase habitual cuando se quiere criticar al fútbol, o no se lo comprende: “Son 22 jugadores corriendo detrás de una pelota”. Hay varios errores en esa frase. Primero, que dos de esos jugadores –los arqueros– no suelen correr. Luego, que mientras algunos corren, digamos los mediocampistas ofensivos y delanteros de un equipo, otros de ese mismo equipo, los mediocampistas defensivos y los defensores, suelen no correr demasiado (sé que esta frase tiene también sus bemoles: los laterales suelen pasar al ataque y demás variables, pero uso esa división entre puestos para avanzar e ir al grano).
Podría dar muchos contraargumentos para demostrar el error de esa frase, pero prefiero dejar aquí por razones opuestas. Quiero decir: en el fútbol se esconde una verdad en la relación entre jugadores, correr y la pelota. Porque a diferencia de la frase del comienzo, que sugiere que es un juego tonto, sin encanto alguno, al que cualquiera en relativo estado físico puede jugar (¡quién no puede correr detrás de una pelota!), la verdad del fútbol reside en que corra la pelota y no los jugadores. ¡Y eso es dificilísimo! Dicho más precisamente: que un equipo mueva la pelota, y el otro corra detrás de ella. Cuando un equipo logra eso, suele ganar. Por supuesto que, para lograrlo, también hay que correr, es decir, rotar, desmarcarse, tocar de primera, jugar en espacios reducidos. Pero nada de eso cansa tanto como correr detrás de la pelota.
El discurso trivial del de los jugadores de fútbol, y muchas veces también de los hinchas, asocia correr con meter, trabar, transpirar, luchar, dejar todo. ¡Pero lo único que hay que dejar es la pelota en los pies de un compañero! Y entonces correr se convierte en triangular, desmarcarse, amagar, rotar, picar al vacío, cambiar de frente, arrancar por un lado y terminar por el otro, como en el gol de Di María en la final del Mundial, obra maestra del contragolpe ofensivo, en el que la pelota va más rápido, con los franceses siempre corriendo detrás.
A principios de agosto comienzan los octavos de final de la Libertadores. River parece ser el único equipo argentino en condiciones de hacer correr al rival. Solo que tiene que jugar contra un equipo brasileño, el Inter de Porto Alegre, que más allá de andar flotando por la mitad de la tabla del campeonato local, siempre es peligroso por el simple hecho de ser brasileño. Desde hace años, no sabemos a qué juega Boca. No es demasiado grave: si todavía no se sabe qué hay en el lado oscuro de la luna ni para qué sirve una parte importante del cerebro, ¿por qué deberíamos saber a qué juega el Boca de Riquelme y Almirón? Juega contra un equipo accesible, Nacional de Uruguay. Si pasa, en cuartos tal vez le toque a un Racing que comienza a parecerse cada vez más a lo que era Gago como jugador: alguien que promete, pero no cumple.
Volviendo al comienzo: qué difícil es, en estos tiempos, encontrar un tipo que pare la pelota, levante la cabeza y dé un pase entre líneas. Que corra la pelota y que el rival camine, lentamente, hasta dentro del arco para agarrarla y sacar del medio.
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