Dichos y hechos

La paradoja del mentiroso

Ellos. “El gobierno viene demostrando que son algo más que hábiles declarantes”. Foto: cedoc

Si una persona dice que está mintiendo, probablemente expresa una verdad. Y esa verdad es que miente. Esta es una de las curiosas variantes de lo que se conoce en filosofía y en lógica como la paradoja del mentiroso. Esta paradoja, a la que se le han dado una y mil vueltas a lo largo de la historia, fue planteada inicialmente en el siglo cuarto antes de Cristo por Eubulides de Mileto, filósofo de la que se conoció como escuela megárica. Y cobró fuerza dos siglos más tarde a partir de una furibunda declaración de Epiménides de Cnosos, otro poeta y filósofo griego, quien declaró: “Todos los cretenses son mentirosos”. Se le advirtió que eso no podía ser cierto, puesto que para denunciar esa mentira total alguien debía, en contraste, decir la verdad. Y entonces ya no serían “todos” mentirosos.

En 1913, y después de siglos de discusiones acerca de si había o no verdad en la paradoja del mentiroso, el pensador inglés Philip Edward Bertrand Joudain (1879-1919), especialista en lógica y discípulo de Bertrand Russell, le dio otra vuelta de tuerca al tema al presentar la ya legendaria “tarjeta de Jourdain”. De un lado de esta se leía: “La oración del otro lado de esta tarjeta es falsa”. Y en el reverso: “La oración del otro lado de esta tarjeta es verdadera”. Se la abordara por cualquiera de sus caras, las afirmaciones allí escritas debían decir entonces la verdad. Finalmente, para calmar las mentes afiebradas que, como el perro que intenta morderse la cola, buscaban y buscaban la solución de la paradoja del mentiroso, hubo una especie de acuerdo de transición entre filósofos y lógicos. Ese convenio rige aun y señala que, en definitiva, la paradoja no apunta específicamente a la verdad o mentira de una situación, una declaración o una conducta específicas, sino que al decir que algo es verdadero o falso se entra en el terreno del metalenguaje. En otras palabras, de un lenguaje que no se refiere a las cosas sino al lenguaje mismo. Y a partir de ahí se puede derivar en una interminable cadena de metalenguajes que se refieren al metalenguaje anterior, mientras la verdad o la mentira que se pretendían demostrar o negar quedan olvidadas allá lejos y hace tiempo. Algo así, para expresarlo en criollo, como el juego del Gran Bonete, pero en clave lingüística.

Sin ser filósofos, lingüistas ni grandes pensadores (nada más lejos de esa posibilidad, para honra y resguardo de la filosofía, la lógica e incluso la lingüística), los integrantes del gobierno nacional, con su máximo referente a la cabeza, vienen demostrando desde su misma asunción que son algo más que hábiles declarantes. Se ven como verdaderos maestros en el arte de la mentira, o al menos en el de la ejecución de la paradoja del mentiroso. Alguien podría objetar, volviendo a los tiempos de Epiménides, que no se puede afirmar esto, porque para decir que todos ellos mienten tiene que haber alguien que diga esa verdad. Y lo cierto es que cualquier ciudadano que haya creído alguna vez (una sola, no hace falta más) en las afirmaciones y promesas del presidente o de sus ministros (elíjase la de salud, el de economía, el canciller, etcétera), puede decirla, a la luz de los resultados, los hechos y las consecuencias. A esta altura de los acontecimientos solo se les podría creer si afirmaran: “Estoy mintiendo”.

Como bien señala el pensador francés contemporáneo André Comte-Sponville en su Diccionario Filosófico, en esta cuestión toda frase autorreferencial es banal y, finalmente, vacía. El que miente conoce una verdad que oculta. De lo contrario, su afirmación sería verdadera. Y, advierte Comte-Sponville, afirmar “Digo la verdad” es decir nada. “¡Dila, en lugar de contentarte con decir que la dices!”, clama el filósofo. Así, mientras la verdad es un bien cada día más escaso en la práctica del gobierno y en el de la política en general, junto con ella quedan excluidas la confianza, la esperanza y el futuro. En el final, es la realidad cruda y dura la que resuelve la paradoja del mentiroso.

*Escritor y periodista.

Producción: Silvina Márquez.