La muerte de Edgar Allan Poe
Me encantan los paradigmas. Son teorías o modelos que a su modo sirven para explicar muchas cosas. La mecánica de Newton o la teoría de la evolución de Darwin son paradigmas difíciles de derrumbar, pero hay otros que pasan a ser inútiles de un día para otro. Por ejemplo, en la década del 70 se descubrió el colesterol como factor de riesgo cardiovascular, y desde entonces el huevo pasó a ser el alimento rico en colesterol por excelencia. Cuarenta años después lo que era un paradigma descendió al nivel de mito, cuando se supo que el colesterol es una sustancia imprescindible para la vida por su importancia en la formación del cerebro y la estructura de las células. Y el huevo se volvió un alimento saludable.
En vida, Edgar Allan Poe era muy conocido, y sobrevivía trabajando de periodista. De hecho estaba viajando de Nueva York a Philadelphia cuando desapareció. Se supo de él una semana después en Baltimore; era incapaz de moverse, estaba enfrente de un centro electoral llevando ropas que no eran suyas. Fue llevado al hospital y no recobró el sentido jamás, por lo que no pudo explicar qué le había pasado en el viaje hacia Philadelphia. Cuatro días después, el 7 de octubre de 1849, murió. La leyenda cuenta que antes de expirar, presa de las alucinaciones, invocó a un tal Reynolds, y que sus últimas palabras fueron “¡Dios ayude a mi pobre alma!”
Un libro publicado recientemente, A Mystery of Mysteries: The Death and Life of Edgar Allan Poe, del estadounidense Mark Dawidziak, desbarata por completo ese paradigma, lo rebaja a nivel de leyenda e instala otro, con bastantes fundamentos –cuando los envidiosos decimos con bastantes fundamentos queremos decir de manera absolutamente fundamentada. Dawidziak es un personaje intrigante, con un gran parecido físico a Mark Twain, que él se ocupa de explotar. No solo se viste y se peina como Twain cuando la ocasión lo requiere, sino que ha escrito sobre él. Pero sus intereses son amplios: escribió también sobre personajes tan disímiles como Drácula y el detective Columbo. Bueno, pensándolo bien tal vez no sean tan disímiles.
Cuenta Dawidziak que a mediados del siglo XIX Baltimore era la segunda ciudad más poblada de Estados Unidos, después de Nueva York. Era común que en época de elecciones, a la gente con aspecto frágil y a los indigentes se los golpeaba en la cabeza, se los secuestraba, drogaba, disfrazaba y se los mandaba a votar, haciéndolos pasar por otras personas. En la época no existía un registro de electores, bastaba ser reconocido por un funcionario para poder votar, y el voto no era secreto. Los electores se aparecían en el centro electoral con la lista del partido en la mano y la entregaban a las autoridades.
Según la reconstrucción hecha por Dawidziak, Poe se subió a un barco que lo llevaba a Baltimore el 27 de septiembre y desembarcó al día siguiente para tomar un tren a Philadelphia, donde lo esperaba un trabajo como editor de poesía. Nunca llegó a Philadelphia, desapareció. Hasta el 3 de octubre, cuando volvió a aparecer en las circunstancias ya mencionadas. Con un agregado: el que lo encontró fue un empleado del Baltimore Sun, Joseph Walker, a quien Poe le pidió que escribiera y enviara una carta a su emigo, el médico Joseph Evans Snodgrass. Walker le escribió lo que sigue: “Estimado señor, aquí hay un hombre en malas condiciones que dice llamarse Edgar A. Poe. Dice conocerlo a usted, necesita ayuda ayuda de inmediato”.
Otro paradigma que cae: los grandes escritores se despiden del mundo con grandes y pomposas frases. No es así: muchos grandes escritores se despiden diciendo frases banales y pidiendo ayuda.
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