La librería como laxativo
En enero de 1985, Mariko Aoki escribió una breve carta a una revista de libros japonesa, que con toda previsión y justicia se llamaba Revista de Libros, contando algo que creía que solo le pasaba a ella, pero que más tarde descubrió que era algo que le ocurría a mucha gente amante de los libros como ella. El contenido del mensaje era particular: “No estoy segura del porqué, pero desde hace dos o tres años, cada vez que entro en una librería me vienen ganas de ir de cuerpo”. Pocos días después de la publicación de esa breve esquela, cientos de personas escribieron a la revista diciendo que al entrar en una librería ellos sentían el mismo efecto laxativo. Había nacido el “fenómeno Mariko Aoki”, que desde entonces no ha hecho más que enriquecer el anecdotario libresco y promover una serie de teorías científicas, algunas de las cuales suenan verdaderamente delirantes, pero que en cualquier caso hablan de cierto aspecto cultural japonés, o en cualquier caso de algo que pareciera que solo puede ser japonés.
Mariko Aoki en 1985 tenía 29 años y vivía en Suginami, un barrio del conurbano de Tokio. El director de la Revista de Libros había encontrado divertida la carta de Aoki y la había publicado en el número de febrero, aunque carecía de detalles y no argumentaba demasiado la cuestión. Al director le parecía una carta inocua, como casi todas las cartas de lectores, pero no dejaba de ser una curiosidad, y las curiosidades hay que compartirlas. La cantidad de cartas recibidas después de esa publicación fue tal que la Revista de Libros decidió dedicarle al asunto el número siguiente, con un título sensacionalista: “¡El fenómeno que está sacudiendo al sector librero!”. Para no repetir los síntomas, es decir las ganas de hacer caca cada vez que se entra en una librería, el director inventó eso de “fenómeno Mariko Aoki”, inspirándose en la multitud de fenómenos que inundan el mundo, especialmente el Japón.
La cosa no pasó inobservada, y pocos meses después el tema fue retomado por otras revistas de mayor circulación, algunas de las cuales aseguraban que se trataba de una leyenda urbana. Entonces se comprobó que Aoki verdaderamente existía, y fue entrevistada varias veces, diciendo que no tenía problemas en ser recordada por ese fenómeno tan especial. Quienes se dedicaron a profundizar más el asunto incluso aseguraron que Aoki no había sido la primera en hablar de eso.
En 1957, en un relato del escritor japonés Junnosuke Yoshiyuki, se hablaba del fenómeno, solo que no le había puesto nombre. Incluso, a comienzos de los años 80 algunos programas televisivos habían tocado el tema, pero sin que atrajeran demasiado la atención. En la misma Revista de Libros que había lanzado a la fama a Aoki, en el número de diciembre de 1984, alguien había descripto una experiencia similar, pero evidentemente nadie había reparado en ella.
En 1993, Jerry Seinfeld, en la introducción de su libro Seinlanguage, se refiere al tema: “Encuentro que la librería es un maravilloso laxativo. No sé bien qué pasa. No sé si es porque es un lugar tranquilo o tiene que ver con todo eso que hay para leer, pero algo pasa. Pienso de verdad que deberían quitar algunos estantes y meter un baño, entonces sí que una librería se volvería un magnífico lugar adonde ir”.
El “fenómeno Mariko Aoki” fue examinado por psiquiatras, pero no llegaron a ninguna conclusión convincente. Los estudios excluyen que se trate de una enfermedad, aunque si no lo fuera no se ocuparían de ella. Tal vez tiene algo que ver con el olor de los libros nuevos, el pegamento o la tinta, pero está absolutamente descartado que intervenga la cercanía de algún género literario en particular. Hace veinte años el filósofo Kenji Tsuchiya hizo un experimento: se cubrió la cara con un libro recién comprado en una librería, respirando profundamente durante diez minutos. Aseguró que no le vinieron ganas de cagar, pero que se relajó al punto de quedarse dormido.