Asuntos internos

La corbata no está muerta

. Foto: CEDOC PERFIL

Admiro mucho a Teté Coustarot. Hace años, mientras traducía, solía escuchar “Qué noche Teté”, su programa de radio, donde había un bloque fascinante, que me hacía acordar a las simultáneas que dan los grandes maestros de ajedrez con veinte, treinta oponentes que juegan con él simultáneamente. Teté recibía la llamada de una oyente (porque por lo general eran mujeres) que le contaba que tenía un evento particular (un casamiento, un cumpleaños, una fiesta de 15) al que debía asistir bien vestida, y Teté, en primer lugar, le pedía a la oyente que se describiera a sí misma físicamente, y luego que abriera su ropero y le contara lo que tenía. Y la oyente procedía a hacer eso, contaba lo que tenía, que en la mayoría de los casos no era mucho. Y Teté iba dando pequeñas indicaciones, tipo “Separá eso”, cuando la oyente le había dicho que tenía, por ejemplo, un vestido verde manzana. Teté Coustarot iba completando el outfit, pacientemente, intentando recalcar ciertos atributos de la oyente, si los tenía, u ocultando defectos, si los tenía. Era un momento especial, entre otras cosas porque Teté lograba algo que pocas personas pueden lograr, esto es, vestir a alguien a ciegas, solo a base de intuiciones y preguntas. Vestir en este caso significaba hacer a alguien feliz, o al menos quitarle un problema de encima. Teté hacía beneficencia en un sentido nuevo, o tal vez viejo: hacer el bien a los demás.

Hasta que una vez (esa es la variante del “había una vez”, solo que el “hasta que una vez” trae consigo una disrupción, un cambio) llamó un hombre. El señor tenía que asistir a un congreso para dar una conferencia sobre odontología, y su problema era que la etiqueta del evento requería que llevara corbata, y él no podía llevar una. No porque no pudiera tenerla, sino porque el simple hecho de llevarla anudada al cuelo le provocaba arcadas, y pocas cosas más difíciles que leer una conferencia sufriendo esas simulaciones de vómito, incómodas tanto para quien las padece como para quien las observa (debería decir entonces que ambos las padecen). Teté entonces se cercioró de haber entendido bien, preguntando: “¿Vos vas a asistir a la conferencia o vas a dar una conferencia?”, a lo que el sujeto en cuestión respondió: “Voy a darla”. Teté remató entonces con la solución suprema, total, brutal, mezcla de efectividad, sentido común y belleza: “Si todos los asistentes van a ir con corbata, pero ellos van a oír la conferencia, vos, que vas a darla, andá sin corbata”. Eso sí, recomendándole al conferenciante que se agenciara una buena camisa, cosa que el odontólogo podía hacer.

Fue un momento mágico, o tal vez yo, quién sabe por qué razón, encuentro cierta magia en él, pero recordaba eso a raíz de una nota aparecida en el Guardian en la que se afirmaba que las nuevas generaciones están redescubriendo la corbata, decretando la muerte total de los moños. La corbata, dice Lauren Cochrane, la autora del artículo, volvió sobre todo para socavar las ideas tradicionales de feminidad y masculinidad y desafiar las normas de género.

En marzo de 2023 el entonces director creativo de Valentino, Pierpaolo Piccioli, presentó una colección femenina llamada “Black tie” donde todos los looks tenían una corbata fina, negra o blanca. Desde entonces la corbata volvió a verse en otros desfiles y lucida por influencers y actrices, aunque hay quien dice que la tendencia empezó con la actriz Jenna Ortega, que lució una corbata en la serie Wednesday y en muchas otras ocasiones. Luego se hicieron ver con ella la rapera estadounidense Kelly Rowland, el grupo musical Boygenius en los premios Grammy, la modelo Hailey Bieber y la actriz Zendaya en el torneo de Wimbledon. Pero fue sobre todo el desfile de septiembre de Ives Saint-Laurent el que dio protagonismo a la corbata: estuvo presente en muchos trajes masculinos, incluido el de la modelo Bella Hadid, que desfiló por primera vez después de dos años. Es decir que la corbata volvió, hasta que Teté Coustarot diga que le llegó el momento de irse por donde vino.