Ajuste sin sentido

La ciencia, desmantelada

La bioquímica Raquel Lía Chan es una de las investigadoras que desarrollaron semillas de trigo y soja tolerantes a la sequía, gracias al uso de un gen de girasol. Lino Barañao, exministro de Ciencia y Tecnología, fue parte del equipo que logró la primera ternera clonada de Iberoamérica. En esta entrevista subrayan la importancia de la ciencia básica, como sustrato de la innovación, y la necesidad de políticas de Estado a largo plazo para consolidarla. Lamentan que se haya destruido toda una estructura de promoción de la investigación científica.

Foto: cedoc

Raquel Lía Chan es una bioquímica argentina, especializada en biotecnología vegetal, que, como investigadora del Conicet, desempeña tareas de investigación en el Instituto de Agrobiotecnología del Litoral, en Santa Fe. Se recibió de Bachiller en Ciencias en Bioquímica por la Universidad Hebrea de Jerusalén, Israel y obtuvo un Ph.D. en Bioquímica en la Universidad Nacional de Rosario​. Realizó estudios de posdoctorado en el “Institut de Biologie Moleculaire des Plantes”, Universidad Louis Pasteur, en Estrasburgo. En 2003 la Dra. Raquel Chan y el Dr. Daniel González en colaboración con la empresa Bioceres, el Conicet y la Universidad Nacional del Litoral (UNL) lideraron el equipo que descubrió el efecto de tolerancia a la sequía de un gen de girasol, denominado hahb-4 que podía ser trasladado a otras plantas, como el trigo y la soja, para que activen ese mismo mecanismo y aumentar su tolerancia a la sequía. Luego del descubrimiento hubo años de pruebas en laboratorio y en campo hasta llegar a poder comercializar esas semillas. 

Por su parte, Lino Barañao es doctor en química y fue ministro de Ciencia, Tecnología e Innovación Productiva de la Nación Argentina entre 2007 y 2018 y, hasta fines del 2019, con idénticas responsabilidades como secretario de Estado. Del 2003 a 2007, se desempeñó como presidente del directorio de la Agencia Nacional de Promoción Científica y Tecnológica. Realizó estudios de posgrado en el Instituto Max Planck de Alemania y en los Institutos Nacionales de la Salud y el M.S. Hershey Medical Center de la Universidad del Estado de Pensilvania (EE.UU., 1981-1984). Fue parte del equipo que logró la primera ternera clonada de Iberoamérica, alterada genéticamente para la producción en leche de hormona de crecimiento humana (hGH) en el año 2002.

—­Raquel, cuando en una entrevista se te preguntó cuál fue el puntapié inicial para el desarrollo de las semillas tolerantes a la sequía, señalaste que todo surge de la ciencia básica. ¿Podrías profundizar ese concepto?

CHAN: En mi opinión, toda la ciencia surge de la curiosidad. Uno se hace una pregunta e intenta contestarla aplicando el método científico. En nuestro caso, nuestro tema de trabajo es tratar de entender por qué algunas plantas, en forma bastante variable, toleran mejor que otras las condiciones de estrés ambiental. No solo la sequía, también el calor, el frío, la alta irradiación o la baja iluminación. Trabajamos buscando genes que tengan que ver con esta respuesta. Y una de las técnicas para poder entender cómo actúan estos genes, es ponerlos en plantas que no los tienen. Al hacer esto, generamos lo que se llama un organismo genéticamente modificado y, entonces, estudiamos el comportamiento de ese organismo comparado con el que no recibió el gen exógeno. De esa forma terminamos descubriendo que algunos genes les confieren a las plantas determinadas características benéficas que le permiten sobrevivir más tiempo en condiciones, por ejemplo, de alta temperatura o falta de agua. Eso termina convirtiéndose en una herramienta biotecnológica. Si uno mira con ojo avezado, y no se queda solo con la observación, dice: “si esta planta sobrevive mejor y es porque tiene este gen, o, por lo menos, este gen contribuye a que viva mejor, pongámoslos en otras plantas”. Un poco de eso surge toda la tecnología desarrollada, esa y otras más que hemos desarrollado posteriormente.

—Lino, ¿podrías explicarles a nuestros lectores cuál es la diferencia entre la ciencia básica y la ciencia aplicada, y quién se ocupa en el Estado argentino de cada una de estas ramas? 

BARAÑAO: La ciencia básica es aquella que está motivada fundamentalmente por la curiosidad. Hay una definición de investigador que me gusta mucho, que es la que propuso el descubridor de la vitamina C, que dice que un investigador es alguien que ve lo que todo el mundo antes vio, y piensa algo que nunca antes pensó. Ese es el motivo por el cual uno se dedica a tratar de resolver esa incógnita. La curiosidad es un impulso muy fuerte que mantenemos los científicos desde la infancia. En general, la mayor parte de los adultos con la edad se vuelven cautelosos y los científicos seguimos teniendo ese impulso por tratar de entender. Eso es lo que permite tener descubrimientos originales. No mejorar lo que ya existe, sino tener algo nuevo. Es decir, no es mejorar la vela, sino descubrir la lamparita eléctrica. Esa es una primera etapa. La segunda etapa es lograr producir la lamparita eléctrica y que llegue a todos los hogares o en este caso, que estas semillas genéticamente modificadas lleguen a todos los productores. Eso requiere saberes y mecanismos de financiamiento distintos.

Por eso, durante toda mi gestión apoyamos este tipo de desarrollos y siempre propusimos a Raquel como el arquetipo de lo que queríamos lograr: alguien que es muy buena científica, descubre cosas originales, pero se preocupa porque eso llegue al ciudadano común. Por eso hay que tener políticas de Estado de largo plazo. Esto no lo descubrió Raquel de un día para el otro, sino que se precisó mucho tiempo. Por ejemplo, ella, al principio, no sabía que la investigación iba a conducir a algo aplicable y, por eso, se tiene que apostar a la ciencia básica. Se tiene que apostar a la originalidad, a lo que todavía no se conoce y, sobre todo, en un país como Argentina y, en particular, en el agro. 

—Raquel, ¿cuándo comenzaron estas investigaciones que derivaron en este descubrimiento?

CH: Este proceso empieza en la escuela primaria. El conocimiento se construye sobre otro conocimiento todo el tiempo. Uno busca esto y tiene herramientas para verlo, porque años antes aprendió otras cosas y otros investigadores en el mundo contribuyeron con otros conocimientos. En particular me refiero al gen HB4, que es el más famoso, pero yo espero que de acá a cuatro o cinco años no sea el único famoso, porque estamos desarrollando otras cosas que pueden que sean superadoras. En 2003 se presentó la primera patente y firmamos el primer convenio con la empresa Bioceres. Para presentar la primera patente hubo que comenzar a trabajar diez años antes. 

—Mencionaste a Bioceres, y una de las cosas que queríamos que nos desarrolles es algo que creemos que es esencial para todo el ecosistema innovador, que es la relación entre la ciencia básica, la ciencia aplicada y las empresas.

CH: Hay varios modelos de transferencia de tecnología. El Conicet presta muchos servicios a las empresas. El modelo que nosotros elegimos, apoyado por las instituciones en su momento, es el de que cada uno haga lo que sabe hacer. Transferir todo este conocimiento a la empresa y todo lo que se refiere a gestión empresarial, que lo haga la empresa, que obviamente tiene muchísimas más herramientas para llegar a lo que llegó ahora, como es cotizar en Nueva York, por ejemplo. Yo no sé cómo se hace eso, no tengo idea. Entonces, creo que la asociación fue muy virtuosa porque ellos son muy buenos en lo que hacen y nosotros intentamos seguir siendo buenos en lo que hacemos, que es la investigación. Cada uno hace lo que tiene que hacer. A mí me gusta más ese modelo que cuando cualquiera de los dos actores se pone a hacer las dos cosas. Ya sea que la empresa se ponga a hacer investigación o los investigadores nos pongamos a empresarios. 

—Lino, ¿cómo se puede sostener un proyecto de diez años, teniendo en cuenta que no necesariamente todos tienen el éxito comercial como el HB4?, ¿Cuál es el rol del Estado?

B: Es esencial tener dos cosas: políticas de largo alcance y financiamiento continuo durante un período prolongado. Yo tuve la suerte de estar 16 años en la función pública y mantener ambas cosas. Conseguir financiamiento externo para líneas de largo alcance. Y eso no siempre se logra. Lamentablemente ahora tenemos una discontinuidad muy grande y hay una gran preocupación en la comunidad científica. Sobre todo, por la no ejecución de fondos que ya están disponibles, pero por un problema de gestión quedan ociosos. Como decía Raquel, es esencial lograr una articulación virtuosa entre el investigador que busca satisfacer su curiosidad, tener prestigio y formar gente, y la empresa que tiene que ser rentable. No siempre se logra articular adecuadamente esos dos objetivos. Por eso hay que impulsar un cambio cultural en ambas partes. Los investigadores deben tratar de encontrar aplicación para lo que hacen y las empresas deben tener interés por lograr innovaciones que surgen del sistema científico local. Yo creo que la ciencia y la tecnología son las que permiten en el corto y mediano plazo tratar de solucionar los dos problemas estructurales que tiene el país: la generación de divisas y de empleo. Eso no siempre está presente en el ideario colectivo. No se piensa en la ciencia como contribuyendo de esta manera a la sociedad. Pero en los países desarrollados eso es lo que ocurre. Los países que tienen mejor nivel de vida son los que apuestan a una economía basada en el conocimiento, no a una economía basada en los recursos naturales.

—¿Qué destacarías del panorama de la innovación a nivel de las empresas en nuestro país?

B: Hay un fenómeno muy interesante que es la aparición de nuevas empresas de base tecnológica, las startups. Argentina lidera en América Latina el número de empresas de alta tecnología y la gran mayoría de ellas son formadas por investigadores de Conicet o de las universidades nacionales. Estas están generando empleo de calidad. No solo para los exbecarios o para gente con formación universitaria, sino que cuando se crea una empresa, también, se necesitan abogados, contadores, personal de maestranza. Ahí hay un claro efecto derrame. En un contexto en que hace diez años que no se crea empleo en la Argentina y que no aumenta la productividad, este es un fenómeno para apoyar y no siempre tiene la relevancia, por lo menos a nivel mediático, que debería tener.

—Raquel, te quería consultar sobre la discusión acerca de los cultivos transgénicos, a los que muchas organizaciones medioambientales se oponen. A los que vos, obviamente, defendés.

CH: No es que yo tenga una posición a favor. Hay un sistema regulatorio en Argentina y en el mundo que hace que, cualquier cultivo de estos, para ser aprobado lleva muchísima más fiscalización que cualquier otro alimento que se venda en el mercado. O sea, justamente como existen todas estas organizaciones en contra de los organismos genéticamente modificados, la Conabia y el Senasa exigen muchísimos controles sobre la igualdad nutricional, verificar que no haya alérgenos o más alérgenos que en el producto original. Cuestiones ambientales con muchos ensayos y muy costosos, por cierto. Por lo tanto, un cultivo que llega a ser aprobado es infinitamente más seguro que cualquier otro producto que no pasó por todo ese proceso. Entiendo que esta disputa es difícil de saldar, casi como las cuestiones religiosas. Hay gente que está en contra y no se mueve de su posición. Se hace difícil convencer con argumentos y encontrar buenos puntos en común. Yo considero un triunfo la aprobación del trigo que se está comercializando, tiene éxito y, obviamente, cada uno es libre de no consumirlo. Creo que es un avance de la tecnología. Tenemos que aceptar las técnicas modernas como aceptamos los celulares, internet y tantas otras cosas hechas por el hombre. Tengo argumentos científicos para afirmar que ni el trigo modificado ni la soja modificada tienen nada malo con respecto al trigo o la soja sin modificar. Sí, en cambio, tienen cosas buenas, como la tolerancia a la sequía.

—El año pasado fue un año muy complicado para todo el sector agroindustrial por la sequía. ¿Cómo viviste esta sequía histórica que hubo en relación con este desarrollo?

CH: Lamenté mucho que no se hubiese aprobado cuatro años antes el trigo. Obviamente existe lo que se llama la multiplicación de semillas y no hubo suficiente para que el país sufriera menos el embate económico que dio la sequía, que después de dos años de pandemia fue un combo nefasto. Este año tenemos un año de lluvia. Esto es muy cambiante, o sea, podemos volver a tener uno de sequía. Y como dice Lino, estos planes son a largo plazo. Este año la preocupación en la ciencia es mucho más que eso, es que no tenemos financiamiento. No se están pagando los subsidios. Lo que era el Ministerio, que extraño, y que ahora es una Secretaría de Ciencia y Técnica, no ha ejecutado absolutamente nada desde el principio de año. El sector científico está realmente preocupado porque no podemos avanzar así. Y el tema de no avanzar tiene una consecuencia para el país, que no es inmediata, es a largo plazo. 

—Lino, respecto a esto que cuenta Raquel, ¿cómo lo estás viendo?

B: Ha sido un golpe muy duro para mí, porque como decía, fueron 16 años de apostar a metas a largo plazo, de armar una estructura que tiene su lógica. Un Ministerio que fija las políticas, una agencia de financiamiento que brinda los instrumentos para justamente promover la investigación, para proveer los insumos y organismos ejecutores como el Conicet, el INTA, el INTI y demás que llevan adelante esas investigaciones. Todo eso se desmanteló. Se alteró esta estructura. Ha pasado de Ministerio a Subsecretaría. No hay una jerarquía entre los organismos y eso va a costar mucho tiempo volver a construir. Y por cada año de malaria, son tres o cuatro años que se necesitan para volver a la situación inicial. Así que es muy preocupante, sobre todo por lo que te decía, no es que no haya plata, la plata está depositada y por falta de gestión no está llegando a los laboratorios e investigadores.

*Director de Sistémica.