La amiga invisible
Gruss emerge como “poeta en los márgenes, tallerista genial, compañera de trabajo fabulosa”.
Irene Gruss (1950-2018) trabajaba de correctora en PERFIL y un día la conocí en la redacción del diario. Me acordé de la anécdota a raíz de El corazón del asunto, una biografía de la poeta que publicó Daniela Pasik en la editorial Gog & Magog. Vanina Colagiovanni viene de publicar allí la de otra poeta, Juana Bignozzi. Leyendo a Pasik, descubro que Gruss tenía una gran admiración por Bignozzi y que ambas fueron amigas. Al menos durante un tiempo, ya que eran dos mujeres de carácter fuerte, como suele decirse. Se comentaba que “eran bravas”. Sin conocimiento de causa, solo por haber leído los dos libros, tengo la impresión de que Gruss era una falsa mala y que Bignozzi era mala en serio o, al menos, que le gustaba herir a la gente, mientras que Gruss era un pan de dios con una coraza que podía parecer agresiva. Así me pareció en los cinco minutos que compartí con ella allá por 2008, una mujer luminosa, simpática, con un rasgo que hasta podría llamarse aniñado. Seguramente, este es un recuerdo inventado como suelen serlo los recuerdos, aunque también son indelebles.
Como biografía, El corazón del asunto es rara. No es que falte información, aunque no está presentada en orden cronológico ni los datos son fáciles de localizar. Pero es como si los hechos en la vida de Gruss fueran escasos aunque significativos. Nacimiento en Buenos Aires, madre militante, ambiente cultural del Partido Comunista, grupo temprano de poetas, primera publicación tardía, casamiento con Daniel Freidenberg del cual nacieron dos hijos, divorcio temprano, trabajos en el mundo editorial, dictado de talleres, pocos viajes al exterior, algunos al interior, ninguna vida académica, relaciones ocasionales con amantes que no se nombran, una existencia discreta, casera, tres o cuatro intentos de suicidio, un cáncer superado y una muerte cuya inminencia disimuló. Pero todo en sordina, como si nada fuera del todo cierto.
Buena parte del texto está escrito en primera persona ya que es Pasik la que habla, otras veces en segunda, porque Pasik, su alumna y amiga, habla con Gruss. Es como si el libro fuera una sesión de espiritismo: tiene más de invocación que de evocación y de evocación más que de descripción. El efecto es poderoso, porque logra que Gruss esté allí, con su cotidianidad, su buen humor y su desprecio por toda pose. Pasik entrevista a familiares, editores, colegas y especialmente a sus amigos, en particular a Jorge Aulicino, seguramente el más cercano. Gruss emerge como “poeta en los márgenes, tallerista genial, compañera de trabajo fabulosa”, una imagen en consonancia con mi recuerdo.
El libro termina con diez poemas de Gruss y hay varios otros que se citan a lo largo de las páginas. No es fácil definir a una poeta cotidiana y hermética, de un rigor interno e invisible, que escribió un libro llamado Sobre el asma sin ser asmática. Aulicino dice: “El problema que Irene Gruss resolvió en términos excelentes no fue cómo hacer importante lo trivial, sino cómo deshacerse del peso de lo importante sin que llegue a parecer trivial”. Es como si Gruss hubiera buscado –y logrado– que su obra fuera indistinguible no de su persona, sino de su presencia como poeta. Para el lego en materia de poesía es todo un descubrimiento.