Juego de trono
Hoy se sabrá si se confirman las PASO. Estrategias previas y desafíos que vienen.
Llegó el día. El corazón del poder político argentino se pone en disputa entre Alberto Fernández para reafirmar –o ampliar– los resultados de las primarias, o la búsqueda frenética de Mauricio Macri por alcanzar la segunda vuelta.
Hasta principios de este año las correlaciones de fuerza estaban planteadas en términos simétricos entre Cristina Kirchner y Mauricio Macri. Ambos contaban con un núcleo duro de votantes del 30%, con dificultades para sumar nuevos electores fieles. Este empate pírrico elevaba la fantasía de reunir una alternativa –la tercera vía– en condiciones de seducir a parte del 40% restante, idea que por diversos motivos no prosperó.
Delegado. En mayo se conoce la invitación de Cristina Kirchner a Alberto Fernández para ser candidato a presidente y ella autorrelegada a vice. Una decisión que será profusamente estudiada por los historiadores del futuro. Desde este día, medios y analistas oficialistas y paraoficialistas no pararon de referirse a Fernández como una suerte de delegado de Cristina que no tendría poder real. La palabra delegado tiene gran significación en la liturgia peronista, eran los voceros designados por Perón en el exilio, Cámpora sería el último.
Pero esos mismos comunicadores no observaron la tarea de Fernández para romper el empate entre Cristina Kirchner y Mauricio Macri: la construcción de una convergencia pan peronista. De esa forma sumaría a gobernadores, centrales sindicales, movimientos sociales, sectores políticos distanciados del cristinismo como el massismo o el Movimiento Evita. También contendría a sectores cercanos a Cristina como La Cámpora o Axel Kicillof, incorporando dirigentes distantes como Pino Solanas, e integrando incluso a economistas más cercanos a la ortodoxia como Redrado o Nielsen. Esa convergencia –que seguramente tendrá tensiones y contradicciones–☺se constituyó como una fuerza de enorme capacidad electoral, y que sabría aprovechar la deriva gubernamental.
Por el lado del macrismo, la estrategia se puede sintetizar en la fórmula Macri contra Macri. Por alguna razón primó la idea futbolística de “equipo que gana no se toca”, buscando la reelección de tridente del poder (ex) amarillo Nación, Ciudad y Provincia. Lejos de la capacidad de innovación que mostró el PRO en sus inicios, el poder los cristalizó en un gran No. No pudieron o no quisieron observar que el derrumbe económico tendría su correlato político, y por eso no se buscó la ampliación de la base política de sustentación hacia otros espacios, ni se trataron seriamente otras candidaturas que no fuera la del propio Presidente, ni se aceptó el adelantamiento de la elección en la Provincia y se forzó a la unificación de las elecciones de la Ciudad de Buenos Aires con la nacional, otro partido que hoy le toca jugar a Rodríguez Larreta. Miguel Angel Pichetto fue prácticamente la única incorporación, casi a título personal.
La que queda. Lo novedoso que intentó aportar el macrismo en estos cuatro años fue proponer cierto reordenamiento de la sociedad. La idea central fue transformar a una sociedad demandante del Estado, para incorporar al mercado como dispositivo central en la distribución de los recursos. Para ello, una nueva élite buscó reorganizar al sistema económico, elevando a los famosos CEOs a los espacios de dirección del Poder Ejecutivo. La idea fue sincronizar a “los que mandan” en la sociedad civil con los que mandan en el Estado. Quizás cueste reconocerlo, pero no les fue mal en estos años, una parte no menor de la sociedad era partidario de “probar suerte” con los empresarios en el poder político. Y esta parte de la ciudadanía le dio no solo el triunfo electoral de 2015, sino la reválida en 2017. Como se ha señalado en otras oportunidades, este espacio social se caracterizó por su identidad antiperonista, pero es mucho más que eso. Acuerda con los valores generales desplegados por el macrismo, un país abierto al mundo, menores regulaciones estatales, mano dura contra la delincuencia e inmigración y una movilidad social basada en la meritocracia: la República idealizada.
Las movilizaciones que acompañaron a Macri en su “despertar” tras los resultados contundentes de las PASO y unidas en el grito del ¡Sí se puede! son una fuerza social que comenzó a gestarse en las marchas de Blumberg de 2004 y que hoy construyó una encarnadura política: una fuerza que vino para quedarse.
Cordilleras sociales. A contracara de este proceso, el caso de Chile causó un especial estremecimiento en Argentina a pesar de que los dos países se encuentran separados, antes que unidos, por la cordillera de los Andes. Chile, era el modelo a seguir no solo por la derecha argentina, sino aun por el centro y por algunos progresistas. Equilibrio macroeconómico e instituciones funcionando con normalidad, con un bipartidismo entre centroizquierda y centroderecha alternando en el poder. Un país donde las diferencias sociales parecían naturalizadas: nacer pobre para morir pobre, sin cuestionamientos. Salud, educación, jubilaciones, industria minera (principal sustento del país, el cobre) en (pocas) manos privadas, Estado mínimo. El sueño del liberalismo vernáculo. Y un día, casi por una causa menor –el aumento del boleto del subte– todo estalla. Una verdadera insurrección popular: una guerra para Sebastián Piñera, una invasión alienígena para la esposa de Sebastián Piñera. Y a trasluz del mismo acontecimiento, el descubrimiento de una democracia tutelada por las Fuerzas Armadas, que reprimen a mansalva. Paradójicamente, el proceso de revuelta popular no se centra en un aumento de la pobreza extrema, Chile solo tiene el 10,7% de pobres e indigentes según datos de Cepal para 2017. El problema es la desigualdad que cancela el futuro y la esperanza incluso para los integrados, y magnifica la (repudiable) violencia entre quienes sienten que no tienen nada para perder.
El estremecimiento de las noticias provenientes de Chile en estas tierras fue causado, no solo por el estrago de ver edificios incendiados y tropas en la calle, sino por la percepción de que en Argentina no solamente aumenta la desigualdad a golpes devaluatorios, sino que la pobreza prácticamente cuadruplica la del país vecino. Un desafío que el próximo gobierno no puede dejar de ver.
*Sociólogo (@cfdeangelis)