Jerarquía y dignidad
Desconozco si Bagelstein, una cadena de cafeterías francesa, pagó derechos por usar al director de cine alemán, Ernst Lubitsch, como logo. Me gustaría creer que se trata de una campaña cuyo objetivo es producir subliminalmente curiosidad por el celuloide, pero no me hago ilusiones.
Hace poco, escribí sobre lo invisibles que son los miembros de un equipo técnico frente al director o los actores, a propósito de La noche del cazador. Con El gato montés, de 1921, protagonizada por Pola Negri, pasa algo parecido. El arte y el vestuario, tan decisivos en el resultado final como para que sea una película que a simple vista ni siquiera parece de Lubitsch, estuvo a cargo de Ernst Stern, genio rumano que también trabajó con Murnau y Carl Froelich. Lubitsch, sin embargo, ascendió jerárquicamente en la escala de grandes directores gracias al propio mérito: su “toque”, acuñado en el sonoro, hizo que Billy Wilder dijera, “durante veinte años todos intentamos encontrar el secreto del toque Lubitsch”.
Cuando París fue atravesada por los bulevares de Haussmann, proliferaron edificios que organizaban a sus habitantes según la clase social, de modo que los pisos más altos, contraviniendo la escala habitual que coloca arriba a los afortunados, eran para los pobres, obligados a subir sendas escaleras. Esta inversión jerárquica duró hasta la llegada del ascensor, que, en apariencia, democratizó el acceso, pero esos departamentos se volvieron económicamente inviables para los que no son ricos. Se puede trazar un paralelo con el acceso a la información del que se jacta internet, propiciando la inversión de jerarquías mediante la confusión entre producciones en serie con joyas de la creación o, peor todavía, elevando a cualquier boludo en la categoría de groso por razones tan banales como tener muchos seguidores en redes. Esto invita a reforzar la mirada sobre la relación de las jerarquías con el mérito, la innovación o el conocimiento, y, también, a preguntarse si la obra o el autor que merece jerarquizarse debe contar con la virtud de la dignidad.
Chandler dijo que la gente se pasa la vida gastando energía en proteger una dignidad que no tiene ¿Sentiría vulnerada la suya Lubitsch al verse como imagen de una marca que vende pastelería yanqui? En su lugar, descender del cine a la publicidad, me llevaría a consolarme con que es peor ser un técnico genial que nadie recuerda, como Stern. Pero si Lubitsch resucita y se ve como logo de una marca, lo más seguro es que entienda que esta época abandonó la dignidad de las viejas jerarquías, y aproveche para pedir un canje.
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