Defensor de los Lectore

Hoy, como ayer, oscilamos entre la brecha y el abismo

Sin trinchera. Una de las raras entrevistas a Milei en las que no hubo preguntas concesivas. Foto: Télam

Esta columna estuvo destinada, en tiempos recientes, a caracterizar negativamente la práctica profesional que ejercen hoy algunos periodistas (o algo así), jugados de manera decidida a defender cada paso de este gobierno, sea por convicción ideológica (¿?) o por otros intereses que este ombudsman acepta no reconocer.

Algo es cierto: ayer y hoy aparecen posturas que defienden las políticas y dichos del Gobierno como si fuesen dogmas absolutos, sin margen para la crítica. Así, pasan delante de impávidos conductores televisivos afirmaciones del Presidente sin derecho a réplica ni a repregunta.

Quiero reproducir aquí algo de lo que escribí en julio de 2017 (¡siete años atrás!), cuando se hablaba de la brecha y sus consecuencias. Es válido para estos tiempos.

“El periodista catalán Rafael Jorba publicó en el diario La Vanguardia de Barcelona una interesante nota acerca de la creciente influencia que tiene en los medios esto que ha dado en llamarse periodismo de trinchera. Término que en nuestro país fue asimilado con el periodismo militante que bastante mal ha hecho a la opinión pública. Dice Jorba: ‘La verdad es un espejo que se quebró en la noche de los tiempos. La tarea cotidiana del periodista consiste en intentar recomponer el espejo roto para acercarnos a la verdad entera. A menudo, como es ahora el caso, tenemos la tentación de saltar sobre el espejo para hacerlo añicos y deformar aún más la imagen del otro (Todorov dixit). Se impone el relato en caliente, una determinada cosmovisión. Un universo simbólico, en suma, que coloniza transversalmente toda la información y todos los formatos’”.

“¿Qué es el periodismo de trinchera?”, preguntaba Francesc De Carreras en un artículo publicado por El País de España el 28 de junio (de 2017, aclaro). Y ampliaba: “No hacen falta muchas explicaciones, su propio nombre lo indica. Es aquel tipo de periodismo que contempla la realidad como un campo de batalla en el que se enfrentan buenos y malos y en el cual el periodista, apostado siempre en la trinchera de los buenos, tiene por misión disparar únicamente contra los malos”. De Carreras fue más allá en sus planteos: “El periodismo, visto de esta manera, es una forma de hacer la guerra: primero hay que tomar partido, escoger bando y, una vez situado en el mismo, el bando bueno, disparar tus balas –noticias y opiniones– para aniquilar a los malos: nada debes decir a su favor, todo lo que vaya en su contra vale, el contrario es tu enemigo y al enemigo, ya se sabe, ni agua. Con los buenos, los tuyos, la actitud debe ser absolutamente a la inversa. (…) Este tipo de periodismo tiene poco de democrático, mejor dicho, ni siquiera ha asimilado algunos de los grandes valores ilustrados, por ejemplo, la libertad y la racionalidad de pensamiento. Se mueve en el mundo de la fe y las creencias, y el público que lo consume lo que quiere es afirmarse en sus ideas sin que nadie le introduzca duda alguna sobre las mismas. Es un periodismo que a veces se autodenomina progresista, pero que no conduce a progreso alguno sino solo al bloqueo de las mentes, al dogmatismo y al fundamentalismo, ya que no parte ni de la libertad de criterio ni de la razón como método para averiguar la verdad”.