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Gustavo Costas, el último samurái

Pasional. Los jugadores al principio dudaron. Pero Costas los convenció a fuerza de pasión. Foto: afp

“Me dicen que lloro cada 10 minutos porque estoy viejo”, dijo orgulloso en la previa de la final de la Copa Sudamericana. Un hombre sin pruritos, a corazón abierto, y al que el 90% del fútbol argentino quería que le fuera bien.

El fútbol es un juego y como toda expresión del ser humano está sujeta a cambios que dependen de la evolución de la sociedad. En el profesionalismo se han vivenciado cambios significativos en las últimas dos décadas, en relación con la dinámica del juego, a las exigencias para los futbolistas y en el rol que cumplen los directores técnicos.

La valoración sobre Pep Guardiola difiere según los gustos futbolísticos, pero nadie puede negar que transformó el juego y marcó un antes y un después. Previo al Barcelona multicampeón de comienzo de siglo, el fútbol era un juego más intuitivo, al momento de pensar el ataque, y donde jugar sin la pelota para aprovechar los espacios que cediese el rival era la premisa de casi todos los equipos exitosos. Probablemente, la Italia campeona del mundo de 2006 con su zaguero como mayor figura haya quedado como emblema y la Grecia campeona de la Eurocopa 2004 como escolta.

Así como cambió el juego y para ser campeón en el fútbol de elite, ya no es la mejor opción dejarle la pelota al rival; el rol del entrenador también cambió. Y no solo cambió por Guardiola sino por la cantidad de recursos que aparecieron con la evolución tecnológica.

Hace muchos años, con menos “data analíticos” y más “biri biri”, el valor del grupo humano tenía mucha relevancia. Tal vez una de las experiencias más marcantes que haya vivido fue hace veinte años, en el Barcelona de Ecuador y con el entrenador argentino Pedro Marchetta. Pedro era un cultor fundamentalista de la “Logia del asado” como forma de congeniar grupos, en un momento de mala racha nos hizo juntarnos alrededor de unas carnes a las brasas, en el calor de Guayaquil y donde las vacas no son de lo más tiernas, para cambiar la racha.

Hoy en día, con los avances que trajo la tecnología, el humanismo les cedió lugar a las ciencias exactas y los problemas ya no son si dos compañeros se entienden, sino que se enfocan en “distancias recorridas a alta intensidad”, “duelos ganados” y “pases entre líneas”.

A pesar de la tendencia, Racing, con un entrenador de la vieja escuela, sin tanta táctica, pero con mucha intensidad, quebró una racha de décadas sin salir campeón internacional. Jugó con pasión en Asunción y golpeo rápido. Como diría Katsumoto, se jugó “la vida en cada sorbo de aire. Sin pensarlo. Como el camino del guerrero”. El logro de Gustavo Costas es todo lo contrario a lo que se hubiera esperado un par de meses atrás, cuando hasta los más hinchas de la Academia pedían reemplazarlo.

Costas es de los entrenadores de la vieja época. Sus dirigidos actuales, acostumbrados a los entrenadores de hoy que te desmenuzan el partido con zoom y te teledirigen, al principio dudaron. Su permanencia pendió de un hilo, pero con el tiempo fueron vivenciando una pasión difícil de explicar en esta época. La pasión de un hincha adulto que además era entrenador. Los jugadores aprendieron a quererlo. En el fútbol, lograr el afecto del grupo puede dar un plus inigualable.

“Pertenezco al Guerrero en el cual se han unido lo viejo y lo nuevo”. Lo mismo ocurre con la Copa Sudamericana 2024.