opinión

Grandes inventos

¿Qué significa la noción de obra? ¿Y qué implica removerla? Sobre ese debate no es difícil trazar una amplia genealogía de discusiones y posturas.

. Foto: CEDOC PERFIL

No hace falta ser erudito para saber que los grandes inventos de la humanidad son los cigarrillos negros, la Coca-Cola, el Nutella y el removedor de obra. Conocido también como “protector de superficies porosas”, para quien no lo sepa, ese limpiador es un líquido desengrasante alcalino enérgico especialmente formulado para eliminar en forma rápida aceites, grasas, cera y suciedad dura (como restos de cemento) en general. Se lo usa puro o diluido con agua hasta un máximo de un litro de producto en cinco litros de agua, dependiendo del tipo y grado de la suciedad a remover. Puesto en buenas manos, bien usado, se inscribe en la tradición del David de Miguel Ángel o de los edificios neoyorquinos de Mies van der Rohe. Para quien usa el removedor de obra con gracia, elegancia y garbo, la vida se le vuelve maravillosa. Un verdadero descubrimiento, en esta época en que parece que todo ya fue descubierto.

Pero más allá de los usos extraordinarios en espléndidos balcones con vistas a jardines arbolados, la figura o, mejor dicho, los términos “removedor de obra” permiten también establecer más de una metáfora que toca a la literatura y al arte. ¿Qué significa la noción de obra? ¿Y qué implica removerla? Sobre ese debate no es difícil trazar una amplia genealogía de discusiones y posturas. La pregunta acerca de qué es el arte es tan vieja como el arte mismo, y como la historia misma de las preguntas. No obstante, siempre se puede agregar un granito de arena más.

El diccionario de la RAE, con todos los reparos que me genera (por ejemplo, la quinta acepción de judío es: “Dicho de una persona: avariciosa o usurera”. Como dijo el poeta, si no me creen vayan a ver); pues, volviendo al diccionario, la primera acepción de remover es “pasar o mudar algo de un lugar a otro”. La obra, para ser tal, bajo el efecto del removido, necesita mudar de un lugar a otro. Aquí ya estamos hablando del ready-made, del efecto Duchamp. El arte nunca es retinal, no entra por los ojos, diría Duchamp, es un nominalismo pictural. Es una interpretación. La obra es siempre una excusa para decir otra cosa, para pensar otra cosa. Por lo tanto, la interpretación es siempre desplazamiento: no se lee hacia adentro, se lee hacia el costado. Eso implica que el uso que se puede hacer de Duchamp (“uso” es una palabra muy frecuente en Duchamp, en su correspondencia y sus notas: deberíamos reparar más profundamente sobre ese uso de uso); el uso de Duchamp, entonces, permite ir más allá del arte y llegar al pensamiento (conceptos que en Duchamp, desde ya, no son opuestos sino complementarios, cuando no directamente superpuestos). Esa es la gran operación de Duchamp, la filosofía política del ready-made. Trasladar esa operación estética a un pensamiento político o, más modestamente, al ensayo literario no debe entenderse como un ejercicio libre, un ejercicio de cierta liviandad conceptual o, incluso, como un modo de la irresponsabilidad teórica, sino al contrario, como la ampliación, la extensión, del campo de referencias estético-político para el pensamiento crítico. Remover la obra implica sacarla de contexto, ubicarla en otra escena, extraer otras consecuencias que las previstas, generar efectos novedosos. Un removedor de obra no es otra cosa que un crítico y, por lo tanto, remover la obra no es otra cosa que leer agudamente.