Fuerzas del cielo vs. comandos celestiales
Si no fuera por la realidad, sería un momento ideal para ser cronista de este tiempo.
Imagínense lo que es para un periodista habitar el primer país del mundo presidido por quien dice haber sido elegido por Dios para destruir al Estado e instaurar el anarcocapitalismo.
Crónicas distópicas. Imagínense por un momento ser cronistas del primer outsider en llegar al gobierno y demostrar que la fuerza de la voluntad puede ser más importante que los partidos tradicionales. De un Presidente adiestrado en generar conflictos diarios de todo tipo: dentro del propio oficialismo o entre él y el resto del mundo. De un Presidente que insulta, que está obsesionado con las metáforas homosexuales y que cree tener una hermana capaz de comunicarlo con el más allá.
Pero el problema es la dura realidad, la de un país cuya mitad es pobre y en donde la economía está a niveles de la pandemia.
Porque si no fuera por esto, hasta sería divertido informar sobre cada nueva hipérbole presidencial: “Es el mayor ajuste de la historia de la humanidad”, “soy el máximo exponente y defensor de las ideas de la libertad en el mundo”, entre tantas que aparecen cada semana. O contar sobre sus complejos estéticos (su altura, su peso, el tamaño de sus pies o de otras partes de su cuerpo), sus noviazgos mediáticos, la conflictiva relación con sus padres o el crecimiento patrimonial de su “progenitor”, como lo llamaba antes de la campaña electoral.
Las “fuerzas del cielo” de Milei, los “comandos celestiales” de CFK, los mesías de Trump y Bolsonaro,...
Si no fuera porque somos periodistas de este país, sería un caso más de estudio de un jefe de Estado que usa el poder para mentir, promocionar fake news y apretar a los que no piensan como él.
Imagínense lo complejo, pero a la vez fascinante, que puede resultar ser crítico de un poder de turno que puso en la mira al periodismo, como otros poderes de turno lo hicieron antes.
En especial siendo parte de una editorial como Perfil, que enfrentó, y sobrevivió, a los aprietes de dictadores militares y de otros mandatarios autoritarios como Javier Milei.
Dios al poder. Quizá es el mesianismo el verdadero motor de su enorme fuerza de voluntad y lo que más curiosidad despierta (aunque no entre todos los periodistas).
Al hecho de creerse encomendado por Dios para exterminar al Maligno de la Tierra, se le suma el de repetir que su hermana es la encarnación de Moisés y él, la de Aarón (hermano mayor de Moisés); el de referenciarse siempre en las “fuerzas del cielo” y en su vínculo esotérico con personas y perros fallecidos.
Si bien la magnitud de este empoderamiento místico es una novedad en el país, es parte de una corriente mundial de políticos que se autoperciben como encarnaciones de una misión divina.
Donald Trump (junto a Milei, los mayores líderes del planeta, según el argentino), es uno de ellos. A principios de este año declaró: “Nadie tocará la cruz de Cristo bajo la administración Trump. Juro que eso nunca sucederá”. Cuando en julio de este año salvó su vida tras un intento de asesinato, declaró: “Dios me salvó la vida por una razón, tengo que salvar al país y hacer América grande de nuevo. Esta es la misión”.
No está claro si el misticismo de Trump es genuino como el de Milei o si es una simple estrategia electoral, pero sí representa bien a los sectores más nacionalistas y religiosos. En un reciente informe de la BBC sobre esta relación, se muestra cómo en el llamado Cinturón Bíblico de ese país (nueve estados del sudeste), la mayoría coincide con Trump en que es “un enviado de Dios para salvar al país”. A esa misma creencia se atribuye su éxito entre el electorado latino, en gran proporción cercano a las iglesias evangélicas.
Otro amigo de Milei, Jair Bolsonaro, también se inscribe en ese tipo de relato profundamente místico, con la particularidad de que se hizo evangélico sin dejar de ser católico. Tras sobrevivir a un atentado en 2018, explicó: “Yo tengo una misión de Dios, es un milagro estar vivo y otro milagro es haber ganado las elecciones. Dios me ha ayudado mucho en la elección de mis ministros”.
Curiosamente, el hombre que lo atacó con un cuchillo también dijo que lo había hecho por “una orden de Dios”.
Pobre Dios.
En la última campaña, los pastores evangelistas presentaban a Bolsonaro como “el Mesías” y él acusó a Lula de “tener un pacto con el diablo” (como Milei acusa al Papa de ser “un enviado del Maligno”). Lula debió emitir un comunicado que decía: “Lula cree en Dios y es cristiano. No tiene pacto ni jamás conversó con el diablo”.
... la religión como arma. Si no fuera por la realidad, sería un momento ideal para ser cronista de este tiempo
Religión recargada. En la Argentina, quien sufrió un intento de magnicidio fue Cristina Kirchner. También ella apeló a su raíz religiosa para explicar cómo se salvó: “Estoy viva por Dios y por la Virgen”. En agosto de este año, en su visita a la iglesia de Guadalupe, en México, dejó su dedicatoria: “A la Virgen milagrosa y a su hijo, que impidieron que me maten”.
Esta semana, tras conocerse la confirmación de su condena, la expresidenta pareció profundizar su camino místico: “Tenemos que volver a los comandos celestiales, a la convicción absoluta de que Dios y la Virgen y el pueblo van a permitir que podamos reconstruir un entramado social y político que finalmente pueda hacer retornar al país a sus mejores épocas”.
Entre las “fuerzas del cielo” de Milei, los “comandos celestiales” de Cristina, los mesías y los enviados del diablo, hay un hilo conductor. Es el regreso a la religiosidad en modo hipermoderno.
Milei, Cristina, Trump y Bolsonaro son diferentes, pero los une haber sido formados durante la modernidad. El siguiente clima de época, el de la posmodernidad, frivolizó las ideas fuertes de la modernidad, como las ideologías y la religión. Pero el siglo XXI, con sus angustias sobre el futuro, retomó aquellos viejos conceptos.
Fue el regreso a lo moderno, pero filtrado por la impiadosa liviandad posmo. Lo que Gilles Lipovetsky llamó la nueva era de la hipermodernidad, cuyo comienzo simbólico para él fueron los atentados mesiánicos del 11S.
Como en el pasado, la religión volvió a ser una herramienta de la batalla para imponer un nuevo relato de época.
Explosión hipermoderna. En eso estamos, en medio de una lucha de paradigmas. Lo que, con bastante razón, Milei denomina “batalla cultural”. Entre una corrección política que no quiere morir y otra corrección que no termina por imponerse. Siendo cronistas privilegiados de esta explosión hipermoderna.
Con un Trump que designa canciller a un halcón de la antidiplomacia; ministro de Justicia a quien elogió la invasión al Capitolio y pidió abolir el Ministerio de Justicia si no dejaba de investigar a Trump; en Inteligencia a una pro-Putin; como jefe del Pentágono a un presentador de noticias de la Fox sin experiencia alguna en defensa nacional, y en Salud a un antivacunas como Robert Kennedy Jr.
O con Milei tomándose selfies con Stalone y bailando en la casa de Trump. Votando en la ONU, en soledad ante el mundo, en contra de la prevención de la violencia contra las mujeres y niños. Ordenando a la delegación argentina retirarse de la cumbre por el cambio climático en
Azerbaiján y amenazando con abandonar el Acuerdo de París, del que participan todas las naciones salvo Irán, Irak, Libia, Yemen, Turquía y Sudán del Sur. Todo, tras despedir a su anticomunista canciller Diana Mondino acusándola de comunista por votar en contra del bloqueo a Cuba.
Para entender mejor estos tiempos hipermodernos, Milei inauguró esta semana un nuevo think tank llamado Fundación Faro, cuyos fundadores asumen como referente intelectual a Benjamín Solari Parravicini, conocido por sus profecías y por afirmar que interactuaba con ángeles y duendes.
Es el mismo Parravicini que Santiago Caputo tiene tatuado en su espalda. Santiago Caputo es el cerebro del Gobierno.
Sí, si no fuera por la realidad, seríamos afortunados por estar escribiendo este primer borrador de la historia que es el periodismo.
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