opinión

Francisco decide si viene o no

Encuentro. Con Villarruel, uno de los tantos recientes con figuras locales. Foto: cedoc

Un cambio incómodo: en vez de lucir la carterita de Minnie, ahora Victoria Villarruel debe cargar la bolsa de arena que le obsequió el papa Francisco. Aun si fueran pepitas de oro, el regalo es una complicación para acercarse al círculo rojo de Javier Milei, del cual ha sido expulsada hace tiempo. Se advirtió en la última festividad policial en la que estuvo esperando 20 minutos la llegada del Presidente, como si fuera obligado personal de protocolo y recibir, a cambio, un rasponcito de beso del “jamoncito”, efímero e inapelable apelativo con el cual se dañó una relación que ya venía descompuesta. Problemas del castellano: no es lo mismo un calificativo que un sustantivo. Sola en la línea de alta magistratura, apartada en rigor del Presidente, quien adusto evitó sonreírle. Quizás sin proponérselo –aunque siempre se le atribuye otra intención a estos avezados jefes de Estado– con un simple comentario el propio Bergoglio provocó mayor distancia entre el uno y la dos, impidió siquiera una mirada cortés desde que a varios de los visitantes que ha tenido en Roma les confesó lo agradable que había sido su encuentro con la vicepresidenta, la robustez de su pensamiento y la esperanza de que ese tipo de figuras protagonicen la escena política del país. Como hay gente que lee bajo el agua, a esas declaraciones le asignaron un contenido inocultable, como el de los jesuitas contra los liberales, que revolvió el celoso avispero de la Casa Rosada. Nada nuevo en la Viña del Señor, anécdotas para nutrir a los ganapanes de los medios y los celos de quienes habitan en las capillas del poder.

Justo importa el subterráneo mensaje papal cuando está por decidir, luego de una extendida compulsa de dos meses, si se pronuncia sobre su visita a la Argentina. Luego de haber conversado con numerosos convocados a Roma –nunca antes había recibido a tantos compatriotas en tan breve tiempo– está cerca de una definición. No se la ha confesado ni siquiera a uno de sus contados confidentes, reservado además, como el orfebre Pallarols, ambos de cierta identidad ideológica además. Como el melancólico Platero y yo. Para la encuesta personal, Jorge Bergoglio les formuló una misma pregunta a todos los concurrentes relacionada con una transitoria vuelta a la Argentina como Sumo Pontífice, la conveniencia o no de una recorrida por el país, eminentemente religiosa. Nada es solo religioso, por supuesto. Si así fuera, no preguntaría.

Un detalle importante para la eventual llegada de Bergoglio es la designación del Padre Pepe en Santiago del Estero 

Por supuesto, nadie conoce el resultado del sondeo y su aplicación a los intereses del Vaticano, menos a la voluntad de un argentino que ya vive hace tiempo en el exterior y de cuyos recuerdos le queda una hermana, otros parientes, y una gigantografía de lo que fue su casa en el barrio de Flores. También otra responsabilidad: sería una mácula para su Papado no pisar tierra propia luego de haber consumido miles de kilómetros bendiciendo otras partes del mundo. Como se sabe, si finalmente Bergoglio anuncia su viaje a la Argentina, cierta organización ha sido prevista: irá directo a la Arquidiócesis de Santiago del Estero, la más antigua instalada en el país (1570), y que ha reemplazado bajando la categoría a la de Buenos Aires, como era tradicional, ahora convertida en diócesis por razones históricas. Un enorme orgullo federalista  para el gobernador y señora (los Zamora), de ilustración kirchnerista, hoy con la mayor representación en el Congreso y de fluido vínculo con el Papa.  El cambio, como se sabe, constituyó algún tipo de reserva para el Arzobispo García Cuerva, nombrado por Francisco, quien sin embargo, debe agradecer el nombramiento que no había esperado y con una duración de varias décadas por delante. Otro detalle para la eventual llegada de Bergoglio a Santiago del Estero ha sido la designación del Padre Pepe en La Banda, en particular en los barrios más pobres: como se sabe, Pepe es un favorito del Sumo Pontífice y se le reconoce un arduo trabajo social y católico en las villas, casi un puntero con buenas intenciones. Desde que está allí comanda una célula dormida para ver si el primer territorio que visite el Papa sea el más receptivo, si es que por fin concluye en conveniente su transitorio regreso a la Argentina.

Quien no dudó en volver fue el embajador en Washington, Gerardo Werthein, para reemplazar como Canciller a Diana Mondino, luego de haber comprado casa en EE.UU. y, ahora, estimular –dicen– una recomposición amistosa con Brasil y China. Ese propósito, compartido por su amigo Daniel Scioli, ofrece una envergadura superior al primer disgusto del ministro antes de asumir: el retiro de los cuatro observadores militares argentinos en las Fuerzas de Paz en El Líbano, orden del Ejecutivo que se olvidaron de tramitarla ante Naciones Unidas y que constituyó una avería con España y Francia, países a cargo de esa instalación en Beirut, bombardeada en forma permanente. Se entiende que el retiro es un acto simbólico, tal vez innecesario, en contra de los presupuestos de la ONU, a la cual ahora el gobierno argentino deberá notificar a través del ya cesanteado embajador Ricardo Lagorio.

Confuso el episodio, cierta improvisación se observa frente a negociaciones de los Estados Unidos, además de la ONU, para cesar el fuego y provocar la retirada de Israel y de Hezbollah en el sur de El Líbano. Territorio a ser ocupado luego por los “cascos azules”. Idea que significa un reclamo fundado en la desastrosa situación de hambre y enfermedades que asolan la región mientras Israel persiste en continuar el martilleo hasta tener las condiciones de seguridad que requiere su frontera. Esa interminable sinrazón de la guerra.