Sagas

Estrella muerta

The Rise of Skywalker se estrena en diciembre de 2019. Foto: Disney

El humano de nuestra época enfrenta presiones difíciles. No solo un Apocalipsis lento nos espera para tragarse lo que quede del planeta, mientras los koalas arden en Australia y el humo de su pelito quemado cruza el océano. También “¡los muertos hablan!”, como clama la primera frase de Star Wars. El ascenso de Skywalker. Es la última película de la saga, y los jóvenes dependen más que nunca de sus mayores. El malvado Palpatine, que se creía muerto, proyectó su voz en el espacio, jurando venganza: es el primero de una serie de muertos top que no están realmente muertos y volverán varias veces de la tumba. La Fuerza nunca muere, los baby boomers siguen dando vueltas por eones; hasta Carrie Fisher revivió digitalmente para encarnar a Leia. El trabajo de los jóvenes es obedecer y sostener el Imperio; para lograrlo, se admite que rompan algunos decorados.

Star Wars nunca habitó el futuro: como Lovecraft, su mística radica en imaginar el mito milenario que organiza. No conoció el hedonismo; el deber se bate a duelo con la ambición, que es individualista e infantil en el Lado Oscuro, idealista y desesperada en la Resistencia. El mundo de las pasiones bajas le es ajeno. Es un universo esencialista, signado por las bendiciones de que la fuerza te acompañe, ersatz de que el Señor esté contigo. Como Jesucristo en el parque temático Tierra Santa, la Fuerza resucita sin parar. El presente tuvo que esperar a Star Wars para poder representarla; a pesar de sus defectos, la película dice algo relevante sobre la época.

Peleado con su padre Han Solo, Kylo Ren mantiene una pyme propia en el Lado Oscuro. Le va bastante bien: es bravo, sabe ser cruel. Tiene fantasías megalómanas con Rey, la chica que le gusta. Palpatine le ha prometido su flota de Siths; Kylo cree que pueden casarse y el Imperio será suyo, de ambos. Kylo la persigue por planetas y Rey se siente atraída por él; siempre estoica, lo rechaza.

Una vez sorteadas las dificultades, rotos los decorados, en el momento decisivo, Rey se encuentra ante una multitud oscura. Son los Siths, la tropa innumerable del lado oscuro. Ella ha jurado destruir a Palpatine, y ahora que él la invita a hacerlo, sabe que no puede liderar esa masa opaca que la escudriña. Es un otro total, como las hordas de internet; no hay nada que hacer. Recordemos que, en la película previa, Los últimos Jedi, la Biblioteca Jedi desapareció. Ya no hay libros en este mundo. Rey no puede estudiar, no puede acceder por sí misma al saber. Le queda intuir, hacer ejercicio, meditar y conectarse a través de un facetime mental con Kylo Ren. Lo que Rey sabe se debe a que alguien se lo dijo, como las voces de los muertos que hablan sin parar en la película. Ante la duda, los mayores vendrán del más allá a ayudarla. Da la sensación de que nunca está realmente el Imperio en juego, solo su historia personal.

No se puede conocer el mal, porque el mal te habita. El poder no es para las nuevas generaciones. Les queda la curiosidad, el narcisismo y la neurosis. En Star Wars no hay problemas económicos, ni de recursos que trasciendan las voluntades (de signo malo o bueno) de los personajes. Es una lucha entre arquetipos, y los seres deben encontrar su lugar en el engranaje. Ya no pueden cambiar el mundo, ni siquiera está en el menú; solo queda escuchar a los muertos.

Ni el sexo les queda: cuando Rey se encuentra con Ben (antes Kylo), a la que besa es a su maestra. En el único momento amoroso, Leia vuelve para hacer la gran Whoopie Goldberg en Ghost versión Disney. No se encuentran jamás –siempre media entre ellos La Persona Que Sabe, el muerto de turno–.

La guerra es la oportunidad de conocerse a sí mismos. Skywalker retrata una juventud cercada por mandatos, temerosa de sí misma, incapaz de avanzar sin la anuencia de los padres. Star Wars ha devenido una fantasía juvenilista que odia a los jóvenes, porque los desempodera. Como la época, bulle de diversidad, las especies se dan cita; pero todo se define por esencias puras, fóbicas a la mezcla. La saga es una estrella enana blanca que viene muriendo desde hace millones de años; el resplandor antiguo de algunos sables láser todavía nos dice que existe.

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