Ese viejo sentimiento
Crítico cultural polifacético y uno de los pensadores neo marxistas mas influyentes de los últimos años.
Nos visita el amigo Alvaro Fuentes, a quien no veíamos desde hace años y nos cuenta entusiasmado que acaba de terminar un trabajo de tesis sobre Mark Fisher, con especial interés en sus intervenciones en materia cinematográfica. Fisher, un hijo de la clase trabajadora inglesa, se suicidó en 2017 a los 48 años. Fue un crítico cultural polifacético y uno de los pensadores neo marxistas más influyentes de los últimos años. Matt Colquhoun, uno de sus discípulos supone en Egreso, el libro que le dedicó poco tiempo después de su muerte, que “dentro de diez años, quizás encontremos estanterías enteras en librerías de todo el planeta dedicadas a la vida y a la obra de Mark Fisher”. Tal vez Colquhoun exagere, pero fue grande el impacto de Fisher en la academia y en el pensamiento de izquierda (en la variante más clasista que woke) a partir de su ensayo Realismo capitalista (2009), un manifiesto sobre la necesidad y, al mismo tiempo, la dificultad de sostener una alternativa revolucionaria frente a un sistema económico que favorece cada vez más a los ricos, deja sin voz a los pobres y se apropia de la resistencia que le puede oponer el arte.
Desde su blog k-punk, sus libros y sus clases en la universidad, Fisher se metió con las películas, los libros, las historietas y la música de las últimas décadas para bucear en esas manifestaciones las huellas de la dominación capitalista y el germen de la alternativa que parecía clausurada desde la caída del Muro. En la Argentina, la editorial Caja Negra publicó desde un principio los libros de Fisher, así como los de su amigo y compatriota Simon Reynolds, con quien coincidía en localizar momentos en la música popular reciente caracterizados por ser populares, sofisticados y contestatarios. Fisher habla, por ejemplo, de The Jam o de Burial o de Ian Curtis (que se suicidó a los 23 años) y de las referencias a una juventud proletaria que tiene el futuro clausurado por su estigma de clase y está condenada a ver como a su alrededor el neoliberalismo exalta un triunfo personal que nunca será el suyo.
No logro interesarme por Fisher como crítico cinematográfico. Su relación con el placer, sus panegíricos a directores hype como Christopher Nolan y su inspección policial de los contenidos ideológicos de las películas forman parte del tipo de escritura que siempre me dejó pensando que su actividad y la mía (cuando me dedicaba a ella) no tenían demasiados puntos en común. En cambio, ayer leí el par de artículos con los que concluye la edición argentina de Los fantasmas de mi vida, el libro póstumo de Fisher, que me dejaron pensando. En “¡Viva el resentimiento!” y “Bueno para nada”, Fisher afirma que la depresión es un veneno instalado por el capitalismo en la mente de quienes nacieron del lado malo de la barrera del privilegio. Y que el resentimiento de clase (el residuo que aun queda de la vieja conciencia) es la única arma al alcance de quienes padecen ese sentimiento de inferioridad frente a los chicos educados en Eton, que aprenden cómo acceder al éxito social y manejarse frente a él con naturalidad. Creo que allí puede haber una explicación del suicidio de alguien que se resistió a instalarse en la trampa de la fama. Es como si Fisher le hubiera dejado ese lugar a Žižek, que tan bien se siente en ese papel.
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