Entrar en la historia
Entrar en la historia. Hay una tentación que se desliza por el presente y el futuro y es, curiosamente, entrar en la historia. Como si la historia abriera las puertas por capricho.
Dice entrar en la historia el deportista que ha ganado un torneo, una medalla, el que ha inscrito su nombre en una copa o en un título de su club.
Otros van un poco más lejos y se autoproclaman como los mejores de la historia, tenistas, futbolistas, y, ¿por qué no?, algún presidente.
La historia es muy grande y amplia y está llena de personajes diminutos y estrechos, que la manosean subjetivamente.
En psicología existe el efecto Dunning-Kruger. Son aquellas personas que tienen poco conocimiento o habilidad, pero no lo admiten. Tienden, sistemáticamente, a pensar que saben más que los que saben.
Un amigo suele decir que no hay nada peor que una persona que sea estúpida, y no sea tímida.
Los escritores del Siglo de Oro español, desde Cervantes, Quevedo, Santa Teresa de Ávila, Calderón, Lope de Vega y tantos otros, no eran conscientes de ser parte de ese siglo ni de ser de los escritores más importantes de nuestra lengua y del mundo.
A finales del siglo XIX, con la Revolución Industrial, aparece una sociedad con novedosos desafíos. Más plural, más preocupada por lo terrenal, con nuevas ideologías y una confrontación entre liberalismo y socialismo.
Asoman, nítidamente, como clase, los empresarios y los trabajadores y es así que el papa León XIII, en 1891, publica su encíclica Rerum novarum (de las cosas nuevas, de los cambios políticos), dando inicio a la doctrina social de la Iglesia.
Cada Papa, la Iglesia, buscó, a partir de ahí, un eco contemporáneo del Evangelio en sus documentos. A título de ejemplo, Juan XXIII tuvo Mater et Magistra (El Cristianismo y el progreso social) y Pacem in terris y la reforma sustancial del Concilio Vaticano II, junto a su sucesor Paulo VI, que abrió la Iglesia al mundo.
El propio Paulo VI publicó la Populorum progressio (El desarrollo de los pueblos). Juan Pablo II, Laborem exercens (El trabajo humano), y llegamos a Francisco.
Y así como dijimos que se nos hace difícil reconocer cuál es el momento que estamos viviendo, que el Siglo de Oro, que el Renacimiento, que la Edad Media, también hay acontecimientos temporales que no sabemos dimensionar.
Que el Papa sea argentino es un hecho extraordinario y trascendente, aunque hoy solo veamos lo ordinario y lo insustancial.
Un uruguayo, Pepe Mujica, dijono podíamos ni soñar que tuviéramos un Papa del barrio.
Este Papa, mientras los argentinos nos empeñamos en verlo con la miopía de ojos kirchneristas, liberales, libertarios, radicales, comunistas o capitalistas, es reconocido en todo el mundo.
Dio a luz, entre otros, los documentos Laudato Si (sobre el cuidado de la casa común) y Fratelli Tutti (sobre la fraternidad y la amistad social). Francisco rescata la amistad, acaso el mayor valor y orgullo de la argentinidad.
De esos documentos, inspirados en San Francisco, Luther King, Gandhi y Charles de Foucauld, surge un texto de fácil y reconocible lectura, habla de que estamos en mercados, donde va prevaleciendo el más fuerte que se protege a sí mismo y se procura licuar las identidades de los más débiles y pobres, haciéndolos más vulnerables y dependientes.
La política se hace cada vez más frágil frente a los poderes económicos, sin nacionalidad, ni Estado.
Se exacerba, se exaspera, se polariza, se insulta. Y, muchas veces, nosotros dejamos prevalecer las preferencias políticas por encima de nuestras profundas creencias, sobre la dignidad personal y colectiva.
Dejamos de reconocer el derecho del prójimo de ser él mismo y de ser diferente.
¿Francisco ha entrado en la historia? ¿Quién lo sabe? Sólo hay que dejarlo entrar en el presente. Mientras tanto habrá otros que, creyendo adentrarse en la historia, están golpeando las puertas equivocadas.
* Dirigente sindical / Convencional Nacional UCR
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