angustias

Ensayo de negación

Señal roja Foto: Pexels | Muharrem Alper

En general nos las arreglamos un poco todos más o menos así: haciendo de cuenta de que no existe. Incluso los que creen de veras (de veras, no por desesperación) en cosas tales como el más allá, participan en definitiva de esta clase de recurso: saber que sí, que está ahí, que nos espera, que existe; y que existe además de manera ineluctable, que existe y es para todos y no podría no existir. Si lo pensamos, lo sabemos, por supuesto que lo sabemos. Pero podemos no pensarlo y vivir como si no lo supiéramos.

La muerte, claro que sí: la muerte. En ese sentido, y exceptuando a los suicidas, todos somos bastante cultores del arte de la procrastinación. Con la muerte hacemos eso, la dejamos para después, siempre para después; dejamos para mañana lo que no queremos que nos pase hoy, nos abocamos a diferir y diferir y diferir, combinando en dosis parejas (parejas y paradójicas) la porfía y la distracción. Es cierto que a veces nos toca de cerca: muere un pariente, muere un amigo, muere un colega o muere Fredric Jameson. Pero incluso en tales casos lo que nos pasa es que seguimos vivos, el dolor que sentimos viene a decirnos ni más ni menos que eso: que seguimos vivos. La muerte no deja de ser entonces eso que laboriosamente hicimos de ella: vivencia siempre de otro, que queda siempre en el futuro.

La farsa

Por eso es tan conmovedor ese momento en el que Borges, en junio y en Ginebra, echado y (qué palabra) desfalleciente, miró en torno y pronunció: “Ya está aquí”. No hablaba de la muerte, hablaba de una muerte; no hablaba de una muerte, hablaba de la suya. Esta escena fue real, pero la del encuentro con la muerte es una escena pródiga en fábulas y alegorías (mi favorita es una de Woody Allen en Cómo acabar de una vez por todas con la cultura, en la que, parodiando a Bergman, el personaje juega con la muerte al rummy: pierde y al perder se lamenta por haber tirado una carta que no debió tirar).

Todo esto, en general, lo tenemos, quien más quien menos, bastante acomodadito. Pero a todos se nos desacomodó en el año 2020. La muerte se movió y se salió del lugar donde solemos tenerla, nos quedó a todos más cerca, se hizo tema cotidiano. La ciencia, que es hoy por hoy garante de cualquier ilusión de pacto fáustico, vacilaba, pedía tiempo, admitía no saber. Colapsaron terriblemente las técnicas de negación acostumbradas. Eso éramos, eso fuimos: seres mortales. Negarlo, como solemos, se tornó mucho más difícil. Algunos, los que menos miedo tenían, tomaron medidas preventivas; otros, los que más miedo tenían, prefirieron negarlo todo y fabular conspiraciones.

La negación, la negación. La negación se restableció más ampliamente a medida que la pandemia fue quedando atrás, como se restablece un orden perdido, como se restablece la calma. Hoy se habla de ese tiempo sin la muerte de por medio. Se habla a menudo de lo que pasó, omitiendo la parte del virus, la parte del enfermarse, la parte del ahogarse, la parte del morir. Se dice por ejemplo: “Nos encerraron”, o se dice: “Nos prohibieron despedir a los parientes”, y el efecto es el de las fantasmagorías de Kafka, o el efecto es el del absurdo en Beckett: se revelan las consecuencias pero no se revelan las causas, se dice qué es lo que pasa pero no se dice por qué.

Pintadas políticas

Sí, sí, sí: yo también me indigné con las fotos de la fiesta de Olivos. Yo también protesté airadamente cuando empezaron a hostigar a los “runners”. Yo también di en pensar que hay cosas que podrían, o deberían, haberse abierto antes. No es a eso a lo que me refiero, sino a esto otro: a la experiencia que atravesó la humanidad de un trance de muerte sin afuera (porque hasta las guerras mundiales, siendo mundiales, tuvieron su afuera), de un trance de incertidumbre mayúscula y duradera (no saber bien cómo era este virus, cómo se contagiaba o no se contagiaba, cómo neutralizarlo), de un choque brutal y sostenido entre la cosa que más sabemos (que es que nos vamos a morir) y la cosa de la que menos sabemos (esa muerte, tan cierta y tan clara: qué es, en qué consiste, adónde lleva o no lleva).

La negación, la negación. Yo también, cuando me angustio, cuando pienso en todo esto y me angustio, acabo diciéndome que todo aquello que sucedió en ese tiempo pasó solamente en la Argentina, y fue por capricho de tres o cuatro manipuladores, nada más.