opinión

El remedio infalible

Hay cuatro entregas de Perry, pero la última es de 2009 y después el autor abandonó al personaje.

. Foto: Cedoc Perfil

Cuando la mente está agobiada por las preocupaciones materiales y el exceso de trabajo intelectual, llega el momento de despejarla leyendo novelas policiales. Lo hacía Wittgenstein después de bucear en lo más intrincado de la filosofía y por qué no lo va a hacer un servidor. Aunque creo que lo que hacía Wittgenstein era ver películas de género (en la versión preconciliar de la palabra), la idea se entiende.

Les cuento. Ayer leí Esta noche digo adiós de, que viene con un prólogo de Rodrigo Fresán donde se cuenta que es el primer libro de un autor de 21 años, un caso de precocidad notable. Pero la novela no es tan notable y aunque Fresán declare que el género se basa en el uso virtuoso de los lugares comunes, los del joven Koryta y su detective Lincoln Perry con sede en Cleveland van de lo previsible a lo arbitrario. Hay cuatro entregas de Perry, pero la última es de 2009 y después el autor abandonó al personaje. Desde entonces publicó una docena de novelas, algunas con seudónimo, orientadas al policial fantástico. Tal vez haya madurado, pero tengo mis dudas.

Por suerte, antes había leído leer cuatro Maigret al hilo: Maigret va a la escuela (1954), Maigret y la joven muerta (1954), Maigret y el cuerpo sin cabeza (1955) y Maigret y el extraño vagabundo (1963). No sé cómo logra Simenon ubicar al lector en los escenarios de sus historias ni cómo logra transmitirles la sed de alcohol de su comisario (debe haber un libro con la variedad de bebidas que Maigret consume en su carrera). En varios casos, el culpable no es detenido y Simenon siempre se interesa por personajes que se apartan de la normalidad y se aferran a un destino trágico. Recomiendo especialmente Maigret va a la escuela, una obra maestra.

También hice un descubrimiento, la Trilogía del Bayou de Daniel Woodrell. Había leído su magistral Winter Bones, de 2006, pieza fundamental del subgénero llamado Country Noir (la película también es muy buena), ubicada en las montañas Ozark de Louisiana, donde el clima es tan duro como las vida de los pobladores (allí vive Woodrell, exmarine y graduado en literatura en la universidad de Iowa). La trilogía –Bajo la dura luz, Los matones del Ala, Sin reproches– es anterior (1986-1992) y no tuvo demasiado éxito. Ambientada en el calor de los barrios difíciles de Saint Bruno –imaginaria ciudad de Louisiana que recuerda a Nueva Orleans–, a los que nunca va a llegar la prosperidad, donde todas las familias tienen un pasado truculento detrás y una intoxicación alcohólica delante, son libros que escapan de los lugares comunes. Su héroe, René Shade, policía y exboxeador, vive abrumado por las penas en un ambiente trágico, violento y senual. No recuerdo escenas de sexo tan intensas ni mujeres con un comportamiento tan frontal. Pero si las dos primeras partes son poco convencionales, la tercera está fuera de los límites. Allí reaparece el olvidado padre de Shade, un jugador de billar errante, borracho y mujeriego, cuya biografía se parece a la del padre del autor. Ahora, próximo a morir, viene huyendo de un asesino cruel e implacable. Woodrell, como Simenon, se interesa tanto por los buenos como por los malos y a todos les otorga el derecho de tener una línea de conducta y la capacidad de hablar con gracia. Escritor notable este Woodrell.