Discriminación

El progresismo retrógrado

Referente. Martin Luther King, ejemplo de la lucha por los derechos civiles. Foto: cedoc

En 2017 el Diccionario Oxford, publicado por esa universidad británica y el más completo, actualizado y autorizado en lengua inglesa, incluyó la palabra “woke” definiéndola así: “Estar consciente de temas sociales y políticos, en especial el racismo”. El término proviene de “wake up” (despertarse) y nació en la comunidad negra estadounidense en los años 60, con la lucha por los derechos civiles que le costó la vida a Martin Luther King. Hoy cobra fuerza y se extiende por el mundo, especialmente en las élites intelectuales, universitarias y, en general, entre el progresismo. Su acepción ya no es solo laudatoria. Aunque hay quienes se dicen “woke” por estar contra diferentes tipos de discriminación y de injusticia, el Diccionario Oxford agrega que “la palabra a menudo se usa con desaprobación hacia las personas que se molestan con demasiada facilidad por estos temas, o hablan demasiado sobre ellos de una manera que no cambia nada”. Uno de ejemplos más claros del desvarío actual del “wokismo” que recorre Occidente es la cultura de la cancelación, fenómeno fundamentalista e intolerante que pide la expulsión, el silenciamiento y la eliminación simbólica o incluso física (de esto puede dar fe el escritor indio Salman Rushdie) de quien piensa, actúa o se expresa de un modo diferente al considerado política, racial o religiosamente “correcto” por los talibanes de este curioso y deforme fruto de las democracias liberales.

Un ejemplo del desvarío actual del “wokismo” es la cultura de la cancelación

No solo el escrache digital o presencial es una manifestación de este progresismo retrógrado, que propone retroceder a tiempos de la Inquisición y quemar a los réprobos en hogueras metafóricas (aunque ya se quemaron y prohibieron libros en su nombre, incluso en nuestro país). También se llega a la violencia física, como lo ocurrido en las universidades estadounidenses, escudando tras la excusa palestina un antisemitismo que asoma en el mundo con ecos siniestros de los momentos más oscuros y sangrientos de la historia humana. Paradójica expresión “biempensante” que omite toda opinión sobre las atrocidades del grupo terrorista islámico Hamas (violaciones, secuestros, asesinato masivo de mujeres y bebés, sobre los que tampoco se pronunciaron taxativamente organizaciones filo “woke”, como ONU Mujeres o Unicef, además de formaciones del feminismo radical). La cabriola “progresista” termina exigiendo la desaparición de un país (Israel) que es el único con instituciones democráticas en Oriente Medio, y en donde el disenso político, las elecciones, la diversidad de género, la libertad religiosa son realidades inapelables, para defender, a cambio, y desde la comodidad del hábitat occidental, la “causa” de un grupo terrorista bajo cuyo gobierno dictatorial todo eso está suprimido y castigado.

Como ocurrió tantas veces en la historia, el antisemitismo (en este caso vestido de “woke”) trasluce el fenómeno del chivo expiatorio, relato bíblico según el cual una comunidad sacrifica a un animal de esta especie para halagar a los dioses y envía otro ejemplar al desierto cargándole los pecados comunitarios para sentirse así puros. Es lo que Carl Jung llamó la sombra colectiva. Proyectar sobre otros todo lo propio que no se acepta, no se soporta, se teme y avergüenza. El progresismo “woke”, forma extrema e intolerante de moralismo, permite quedar bien para la foto, y además del antisemitismo se vale, para lucirse, de temas de género, de raza, de religión, de militancia política. Es siempre totalitario, elimina el pensamiento crítico, no admite la discusión y no tiene nacionalidad, edad, profesión ni sexo. Está también entre nosotros, en temas nacionales. Para verlo hay que abrir los ojos y la mente.

*Periodista y escritor.