El pillaje
La llegada de Donald Trump implicó un cambio sustancial en la caracterización de la invasión rusa a Ucrania. Todo indica que ya no se trata de la seguridad de Europa o el avasallamiento de un país soberano, sino de la forma de apropiación de sus inexplotadas reservas minerales. Trump mantuvo una conversación telefónica con Putin el 10 de febrero para coordinar el procedimiento para la normalización de las relaciones diplomáticas, y el 11 de febrero el secretario del Tesoro, Scott Bessent, viajó a Kiev para presentar el borrador de un acuerdo para asegurar el acceso de los Estados Unidos a los recursos naturales (tierras raras), petróleo y gas. Las tierras raras son usadas en vehículos eléctricos, celulares, sistemas misilísticos y la industria electrónica.
El 18 de febrero el secretario de Estado, Marcos Rubio, sostuvo su primera reunión con el ministro de Relaciones Exteriores, Sergio Lavrov, en Ryadh, para consensuar los términos de la normalización de las relaciones diplomáticas entre ambos países sin condicionamientos. En la misma línea el presidente Trump sugirió que Rusia fuera incorporada al G7 de la cual fue expulsada después de tomar control de la península de Crimea en 2014. Trump sostuvo que la exclusión perjudicó las posibilidades de mantener un diálogo para “entender” los objetivos de la política de seguridad rusa.
En este fluido intercambio de elogios Putin también ofreció a los Estados Unidos la colaboración para invertir en las tierras raras de su país, incluyendo los yacimientos que se encuentran en los territorios ucranianos ocupados por las fuerzas militares rusas dando por descontado que cualquier acuerdo de paz incluirá la cesión de esas regiones y el desarme de Ucrania. Estos intercambios de posibilidades de negocios representan un giro drástico del significado de la guerra incluso en las extensas justificaciones ofrecidas por el presidente Putin sobre sus razones para incorporar Ucrania a la Federación Rusa. Putin sostuvo que Rusia y Ucrania al igual que Bielorrusia comparten la misma historia y que los bolcheviques cometieron un grave error al reconocerlos como naciones. En ese contexto, todos o casi todos entendían que representaba un paso más en la expansión de la Federación Rusa como una forma de subsanar la humillación de la caída de la Unión Soviética, recuperar la posición de ser uno de los polos hegemónicos en el escenario internacional y continuar con la posibilidad de reincorporar a su esfera de influencia otros países adyacentes a su frontera.
Esta pródiga relación entre Trump y Putin no es nueva. Trump en diversas oportunidades manifestó su simpatía con Putin. Incluso el escritor Bob Woodward sostuvo que Trump se comunicó siete veces con Putin después que dejó el gobierno en 2021. Existe una marcada preferencia por líderes fuertes, capaces de tomar decisiones rápidas sin interferencias de las instituciones. Esta peculiaridad acelera los tiempos de los negocios de los cual el presidente Trump hace ostentación al presentarse como un empresario exitoso.
En los tiempos pasados era común que los reyes o emperadores pagaran a sus ejércitos con el derecho de saquear las ciudades, apoderarse de los tesoros y violar a las mujeres cuando no contaban con recursos monetarios. El recuerdo más oprobioso fue el saqueo de Constantinopla en 1204 por el ejército occidental y cristiano de la Cuarta Cruzada que dividió al Imperio Bizantino entre Venecia y sus aliados. Las negociaciones entre Trump y Putin sin la presencia de Ucrania y Europa se inscriben en esa historia que solo traerá inconmensurable fragilidad a las relaciones futuras entre los países.
*Diplomático.