El odio, eje entre el pasado y el presente
La escena transcurre en la Alemania nazi de 1933. Un hombre común, con cara de hartazgo, ve pasar a un oficial con el típico uniforme nazi y su brazalete con esvástica, y susurra: “Nazi”. El oficial lo escucha, se detiene y se produce el siguiente diálogo:
—Perdón, ¿acabas de llamarme nazi?
—Bueno… eres uno.
—Que esté en el Partido Nacionalsocialista y en las SS no me convierte automáticamente en nazi.
El oficial se da vuelta para preguntarle a un soldado que estaba colgando una bandera con la esvástica, si le parecía que él era nazi, a lo que el soldado, un tanto temeroso, atina a responder con un ambiguo: “No, no diría que lo parece”.
—¿Ves? Entonces él debe ser nazi también (el soldado muestra su esvástica, como diciendo “claro que lo soy”)… Nazis, nazis, nazis por todas partes. Cuando te quedas sin argumentos es fácil jugar la carta nazi… En tu mundo todas las personas son nazis. El Führer también es nazi, ¿verdad?
—Sí.
—¡Insultando al Führer! Ya es suficiente, ven conmigo.
El video, con una lograda estética de época, es un sketch de un programa satírico alemán que circuló en las redes tras el gesto de Elon Musk, emparentado con el típico saludo nazi y su respuesta frente a las críticas: “El ataque de que todos son Hitler ya está agotado”.
“¡Heil Musk!”. No se sabe si Musk intentó imitar el gesto nazi o se trató de un simple saludo o una forma de dar énfasis a sus palabras, aunque es cierto que cuando se vuelven a ver las imágenes se observa que extiende su brazo derecho con una técnica similar a la usada por los seguidores de Hitler.
Que es lo que creyó, entre otros, el emblemático museo alemán Deutsches Museum, que decidió quitar su imagen de una galería sobre Astronáutica.
Esta semana, Milei construyó un nuevo relato violento. La idea de que “la paz hizo débil a Occidente”...
Lo que se sabe es lo que su padre, Errol Musk, contó el año pasado sobre los abuelos maternos de Elon: “Eran muy fanáticos del apartheid. Vinieron a Sudáfrica desde Canadá porque simpatizaban con el gobierno ‘afrikaner’ y el apartheid. No creo que supieran lo que estaban haciendo los nazis, pero en Canadá estaban en el Partido Nazi, el partido alemán, simpatizaban con los alemanes”.
El nieto millonario de esos abuelos supuestamente nazis, nunca dijo serlo. Hace dos semanas, mantuvo una larga charla con la candidata alemana Alice Weidel, líder de Alternativa por Alemania, una coalición a la que tanto la Justicia alemana como la prensa internacional asocian con el neonazismo. Weidel se reivindica como lesbiana y feminista, pero está en contra de las políticas de género y el matrimonio entre personas del mismo sexo. En lo económico es lo más parecido allí a Javier Milei.
Weidel le contó que Hitler, en verdad, había sido comunista. Y Musk declaró que Alternativa por Alemania es el único partido que podría salvar a ese país.
Capusotto. En una realidad que mezcla con tanta espectacularidad la tragedia y la farsa, cada vez es más difícil separar las sátiras ficcionales de las noticias verdaderas.
Por ejemplo, horas después de que el gesto del dueño de Tesla provocara una polémica mundial, el Presidente argentino lo respaldó con una declaración formal que bien podría pasar por un sketch de Diego Capusotto.
Bajo el título “Nazi las pelotas” y después de señalar que “toda la progresía internacional se monta sobre el inocente gesto de @elonmusk para tildarlo de nazi”, concluye como si estuviera personificando al oficial alemán de la sátira del comienzo: “No sólo no les tenemos miedo. Sino que los vamos a ir a buscar hasta el último rincón del planeta… ¡Zurdos hijos de puta, tiemblen!”.
Sí, bien podría pasar por una línea de comedia del célebre personaje de Capusotto, Micky Vainilla, (el del bigote hitleriano, autor de canciones como “Nazi ángeles” y “Qué tendrá ese mestizo”, y de frases como “No es racismo, es precaución”).
Pero cuando Milei insulta y habla de persecuciones, nunca lo hace en broma.
Dos días después, en Davos, retomó su batalla cultural en contra del comunismo que controla el Planeta. Según él, tras la caída del Muro de Berlín y al no tener adversarios, “los países libres se empezaron a autodestruir. La paz nos volvió débiles”.
Milei vs. Davos. Parece haber un hilo conductor entre esta idea de que “la paz nos volvió débiles” y la ira bélica de “los vamos a ir a buscar hasta el último rincón del planeta zurdos hijos de puta”.
Si bien ya son conocidos sus discursos violentos, ahora fue más allá al agregar que, por culpa de la paz, “los países libres se empezaron a autodestruir”.
Además acusó al mismo Foro de Davos de haber “rendido culto por décadas a una ideología siniestra y asesina, han movido cielo y tierra para imponerla sobre la humanidad”. A la Unión Europea la denunció por ser el “brazo armado” de la conspiración.
... y su amenaza de “zurdos hijos de puta tiemblen, los vamos a ir a buscar hasta el último rincón del planeta”
También afirmó que “en sus versiones más extremas la ideología de género constituye abuso infantil, son pedófilos”; que al abrir sus fronteras a la inmigración, lo de Occidente “culmina en una colonización inversa que se asemeja al suicidio colectivo”; y que “hoy vemos las hordas de inmigrantes que abusan, violan o matan a ciudadanos europeos”.
Y como si insistiera en emular al oficial de aquella Alemania satírica, concluyó: “Pero cuando uno cuestiona estas situaciones es tildado de racista, xenófobo o nazi.”
El otro como amenaza. Se podría agregar a esta peligrosa revisión farsesca de la historia, la recurrencia de Milei a asociar a cualquiera que no piense igual con enfermedades (cáncer, virus) o con animales como ratas, mandriles, reptiles y cucarachas; métodos de deshumanización aplicados por el nazismo.
O asociar su actual pensamiento con el de su admirado Hans Hoppe, el filósofo alemán, libertario y supremacista, que sostiene que la salvación está en manos de “los hombres blancos y heterosexuales”. O con su amigo y biógrafo argentino Nicolás Márquez (¿autor de su discurso en Davos?), un negacionista de los crímenes de la dictadura que afirma que la homosexualidad es una enfermedad.
Pero, ¿por qué se vincula con el nazismo a un líder anarcocapitalista cuyo planteo económico y político está en las antípodas de la sociedad centralizada y el Estado todopoderoso del modelo hitleriano?
Creo que es errado aplicar, sin más, calificaciones políticas históricas a fenómenos del presente. Aunque sí es cierto que existe un clima de época que une a aquella Alemania con la actualidad.
Es un clima de violencia discursiva que atraviesa a distintos sectores sociales y es reflejado por líderes como Milei aquí, Trump en los Estados Unidos u Orbán en Hungría. Son liderazgos que, no sólo no intentan atemperar ese clima social, sino que lo transforman en discursos de odio sobre los que montan sus carreras políticas.
Como en el pasado, el odio temerario aparece como reacción al temor que genera lo que no se termina de entender, lo diferente. Siempre el otro como amenaza de los valores propios.
De allí nacen los rechazos violentos hacia las minorías sexuales o religiosas, los inmigrantes o, simplemente, a los que piensan distinto.
Dos minutos de odio. En “1984”, el clásico de George Orwell, los miembros del oficialismo se reúnen cada día para mirar un film de dos minutos donde se muestran imágenes de sus enemigos.
En cada sesión, gritan insultos y tiran objetos a la pantalla. En la novela se los llama los “Dos minutos de odio” diarios. La intención es transformar la angustia de una existencia miserable en odio a enemigos que ni siquiera existen y evitar reclamos al propio Gobierno.
El interrogante de fondo es cuál es el modelo de país que puede construir un líder que odia. Cuánto la sociedad se siente reflejada en él y cuánto odio está dispuesta a tolerar sin avergonzarse después por ello.
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