Aplicaciones

¿El misterio es medible?

Imagen ilustrativa | Algoritmos | Cálculo Foto: Pexels | Kevin Ku

Me llama la atención cuántas aplicaciones nuevas tienden a reconocer aquello que nos rodea. La idea de aplicación me atrae y me consterna. Es un acceso maravilloso, programas que nos facilitan la satisfacción inmediata. Sin embargo, la sumatoria de aplicaciones poco a poco parece condicionar nuestra forma de existencia; establece las puertas y ventanas, el recorrido de intereses, la generación de aptitudes.

No las desdeño, tengo un montón. Igualmente me abruma el abanico de herramientas para acceder a lo que sea. El delivery de todos los sentidos. Y me pregunto si la inmediatez de la respuesta no desanima la búsqueda.

Me abruma el abanico de herramientas para acceder a lo que sea

Recuerdo el primer placer que me produjo cuando supe el nombre de una canción que por azar me mantuvo horas tarareándola.  “Shazam”, me dijo alguien. Y fue como si realmente un mago hubiera levantado el puente levadizo del palacio de la música. Se reducía la nostalgia de no recordar un tema y la ignorancia de nuevas bandas. Le siguieron otras aplicaciones no menos fundamentales, como la de identificar plantas y árboles. Nuevamente la magia. Esta vez, las flores se me presentaban  como si estuviera en el jardín de Alicia. De golpe, conocía los nombres, sus morfologías, y hasta podía comprender las distintas tonalidades del verde y la ambigüedad de los aromas. Apenas me topaba con alguna hoja que sobrepasara mi herbario, ya estaba con el celular apuntando al árbol. Hace unos días, las promociones de las redes volvieron al ataque. Una nueva aplicación de índole milenaria que aviva el afán de lo inmediato. Se trata del reconocimiento de todo tipo de rocas: piedras, cristales, gemas, minerales. Y como las anteriores, la clave está en: “al instante” o “con solo un clic”. Saber enseguida qué estamos escuchando, qué estamos tocando; conocer su nombre, las cualidades, el origen. Parece esencial. Y al mismo tiempo, es rarísimo. ¿Acaso antes no teníamos idea de dónde estábamos, qué nos conmovía, cuáles eran los árboles que preferíamos trepar, las canciones del pasado que acompañan sentimientos inolvidables, las piedras que postulan la eternidad?

Quizá lo que me desconcierta es la inmediatez de la respuesta, como si pudiendo distinguir con más precisión texturas y melodías al mismo tiempo nos distanciáramos de ellas.

El misterio no siempre se satisface.