El miedo del arquero ante el tiro penal
Hay una novela del escritor austríaco Peter Handke, Premio Nobel de literatura, llamada “La angustia del arquero frente al tiro penal” (aunque hay otra traducción que se titula “El miedo del arquero frente al tiro penal”), de 1970, que fue llevada al cine en 1972 por Win Wenders, quien luego se transformaría en un célebre director. La novela cuenta la historia de un tal Josef Bloch que jugaba de arquero en una liga menor, al que le hacen un gol de caño que le arruina su carrera. El tipo deja el fútbol, empieza a yirar sin ton ni son, camina por la ciudad, el tono del relato se vuelve metafísico, va al cine, se emborracha y conoce a una mujer a la que, sin razón aparente, termina asesinando.
Todo tiene un aire kafkiano, absurdo. Una mañana, Bloch descubre su fotografía policial en el diario, pero en lugar de escapar, va a ver un partido de fútbol. En la cancha, el árbitro cobra un penal. La historia termina, sin resolver el caso de asesinato, con que Bloch explica la lógica de los penales a un espectador: si el ejecutante presta atención a los movimientos del arquero al ejecutar la pena, puede ver en qué dirección se va a tirar y redirigir su disparo en la otra dirección, en el último segundo. Y la novela termina así: el pateador toma carrera, corre hacia la pelota, el arquero permanece inmóvil y la pelota vuela directo a sus manos.
No sé por qué, o tal vez sí, por el clima kafkiano, absurdo, me dieron ganas de releer la novela de Handke luego del partido de Boca contra Alianza Lima. Casi que el partido real corrigió a la novela, casi que le agrega una segunda parte, un hecho sin dudas único en la historia de Boca, y probablemente en la historia del fútbol argentino y la Copa Libertadores (habría que chequearlo bien), y con muy pocos casos en la historia del fútbol mundial: Boca (es decir, Gago) cambió al arquero –sacó a Marchesín y puso a Brey– para la definición justo antes de la serie de penales.
Es totalmente contrafáctico, imposible de responder qué hubiera pasado si atajaba Marchesín. Es igualmente inoperante cargar contra Brey (que no había ni precalentado…) por no atajar ni un solo penal. En conferencia de prensa, Gago aclaró que el cambio no se debió a una lesión de Marchesín, sino a “una estrategia trabajada previamente” (…) Era una decisión conversada, pero no tomada de antemano; se decidió en el momento”.
Como en la novela de Handke, de un momento a otro Gago abandonó toda racionalidad. Aunque ya la había abandonado de entrada, desde que llegó a Boca. Los eventuales lectores de esta página sabrán mi oposición sobre que Gago llegase a Boca, desde el primer día. No voy ahora a hacer leña del árbol caído. La eliminación de Boca era tan previsible como que el sol sale por el este o que el agua en el llano hierve a cien grados. Si pasaba esta serie, iba a perder la otra, o entrar a zona de grupos y quedar eliminado allí. Con Gago (y una zaga central de 35 años de promedio), el peor partido de Boca siempre es el que está por venir.
Pero aquí lo que pasó, el cambio de arquero (del que Marchesín parece haber tomado parte en la toma de decisión, habría sido él quien se acercó al banco de suplementes a preguntar por el tema, o directamente a pedir el cambio, quién sabe), lo que pasó digo, tiene más que ver con la literatura (la literatura absurda) que con el fútbol.