opinión

El libro que no compré

¿Por qué no lo compré? No lo sé. Lo vi en la Travessa de Ipanema, lo dejé para después y ese después nunca llegó.

. Foto: Cedoc Perfil

La última vez que estuve en Río de Janeiro fue un viaje maravilloso. Por supuesto no viene al cabo entrar en detalles, así que prefiero cambiar de tema. O mejor dicho, no. Porque si algo me reprocho de ese viaje es no haber comprado un libro. Era en 2022, es decir que se recordaba el centenario de la Semana del Arte Moderno, el momento más agudo de la vanguardia brasileña, y tal vez de toda América Latina. No hace falta decir que, por la ocasión, se publicaron decenas de libros sobre el tema, reediciones, novedades, etc. Las librerías rebalsaban de libros sobre el modernismo (que es la forma brasilera de llamar a la vanguardia). Y el libro que no compré es O antimodernista: Graciliano Ramos e 1922, que compila cartas, escritos y textos diversos de Ramos sobre el modernismo brasileño, con una mirada crítica, en la tensión entre marxismo, realismo y vanguardia, que atraviesa toda su literatura. ¿Por qué no lo compré? No lo sé. Lo vi en la Travessa de Ipanema, lo dejé para después y ese después nunca llegó. Quizás la literatura sea eso: la espera infinita de lo que nunca llega.

Pensaba en Ramos, porque me enteré que la buena editorial española Las afueras acaba de publicar Vidas secas, traducido por Antonio Jiménez Morato, seguramente la obra maestra de Ramos (aunque a mí también me gusta mucho Infancia). ¿Será la primera traducción hecha en España del libro? No lo sé. Sé, en cambio, que siempre es una buena oportunidad para volver a Ramos. En Argentina, está la vieja traducción de Bernardo Kordon (es la que tengo) y luego hay otra en Corregidor, con prólogo de Florencia Garramuño. Tal vez haya más ediciones que yo desconozca.

Publicada en 1938, Vidas secas es una novela circular, por llamarla de algún modo, (aunque cada capítulo originalmente fue un cuento publicado en periódicos) ambientada en el nordeste brasileño, en el que cinco personajes viven cíclicamente sus vidas de pobreza en el Sertão, acompañados por un perro, llamado Baleia, personaje no menor en la historia. Ramos tiene todo para ser llamado un escritor realista, y lo es. Solo que su realismo subvierte desde adentro de la propia tradición realista. También su escritura bien puede ser llamada “literatura social”, solo que en este caso también su sintaxis redefine qué es lo social. Porque el antivanguardismo de Ramos (al que llama “estetizante”) no lo lleva nunca a caer en los lugares comunes de los escritores de izquierda, de militancia comunista, propios del Brasil (pero también de Argentina) de la época. El suyo es un lugar anómalo, inclasificable. Antes, había ido peso, por izquierdista, durante el gobierno de Getúlio Vargas. De esa experiencia escribió unas crónicas notables llamadas Memórias do Cárcere, cuyo cuatro volúmenes compré en el Sebo do Messias, en San Pablo, en una hermosa edición de la vieja editorial José Olympo (al menos ese día sí tomé la buena decisión de hacerme del libro). La crítica literaria suele ubicarlo en la segunda generación del modernismo, la de la década del 30, encabezada por Gilberto Freyre (hoy estoy nostálgico: recuerdo largas conversaciones con Horacio González sobre Freyre), pero tampoco Ramos encaja claramente allí. Ramos es otra cosa: hay en él un marxismo humanista que coloca a la alienación ya no solo como concepto sino como telón de fondo para la sintaxis.