Leyla Bechara

“El kirchnerismo quedó preso del juego de reglas que se impuso luego de la crisis de 2001”

Nació en un pueblo de quinientos habitantes en el que participó en misiones de la Iglesia católica y centros de estudiantes escolares. Politóloga y productora creativa de contenidos digitales sobre sociología y filosofía política, se define como militante peronista, pero tiene una mirada crítica que la distingue de la mayoría de las voces e ideas que circulan en streams y redes. Interesada en las nuevas dinámicas de relación que plantea el uso permanente de internet, dice que estamos en “una nueva fase del capitalismo que necesita de nuestra individuación y aislamiento absoluto para la expropiación eterna de datos e información”, entre otras cosas.

Leyla Bechara. Foto: helena obregon

—¿Cuál es tu definición de militante? ¿Creés que está un poco banalizada respecto de cómo se concebía, al menos en Argentina, décadas atrás?

—Creo primero que se tiene que definir qué se entiende por política, porque ese es el campo de acción directo de un militante político. Y la política es el campo de batalla donde se definen los amigos y los enemigos, al estilo schimittiano, la toma de la decisión política determina la conducción de la Nación, desde el impedimento de las Invasiones Inglesas hasta la contienda contra la casta de Milei. Desde la última dictadura militar, el campo de acción de la política se vio limitado a la institucionalidad. El gran logro de la última dictadura, la gran transformación cultural, fue la de extraer y desterrar el poder político que circulaba y se producía en la sociedad y encorsetarlo en una serie de instituciones de la democracia liberal, que hoy muestran su crisis en todo el mundo. Esa institucionalidad que está representada en organismos de la sociedad civil, partidos políticos, medios de comunicación y ONGs entre otros, fue durante los últimos cuarenta años el escenario de acción de la militancia política. La pregunta sobre qué es ser militante hoy, implica reconocer que ese campo de batalla está deslegitimado, por la propia inoperancia de esas instituciones para responder las principales demandas sociales. Pero también implica encontrar y fortalecer espacios y territorios donde el militante puede llevar adelante su tarea, la de imaginar y crear mundos posibles, ser vehículo del poder. La percepción actual de que ser militante es una tarea banal, estéticamente frívola o inclusive, corrupta en algunos casos, conjuga la falta de formación de los militantes con la negligencia e inoperancia de esas instituciones que los albergaron durante tantos años. Un combo de deslegitimidad que será difícil recomponer.

—¿Cuál es tu propio recorrido como militante?

—Mi primera experiencia fue en la Iglesia Católica, hasta mis quince años participé activamente del grupo de misioneros de mi diócesis. Unos años antes ya me había sumado a organizar el centro de estudiantes de mi escuela en el interior y pasé toda la secundaria en una organización independiente. Cuando me vine a estudiar a Capital Federal, estábamos en los albores del balotaje Scioli-Macri y enseguida me sumé al MATE, una organización histórica de la Facultad de Sociales de la UBA. Desde 2015 a 2021 milité en Nuevo Encuentro y a partir de ese año, con una experiencia profesional más desarrollada en redes sociales, participé en las siguientes campañas electorales acompañando orgánicamente al peronismo. 

—En este recorrido militante atravesaste etapas diferentes, como el macrismo y la ascensión de La Libertad Avanza. ¿Qué podés contar?

—Nuestra generación, llamada la generación del bicentenario, es hija de un proceso político complejo. De la crisis del 2001 a lanzar satélites al espacio, nuestras experiencias vitales tienen una carga de politización muy alta. Todo en nuestras vidas fue en parte una gran discusión sobre los grandes temas de la Argentina, pero a la par sólo acumulamos derrotas electorales. Entonces, si la política se circunscribió únicamente a lo que pasaba en las instituciones, sumado a los años que venimos perdiendo lugares en esas instituciones, el resultado coherente es la despolitización de otros espacios y territorios. Ahí creció Milei, en una cornisa muy fina entre una honestidad radical que trastoca por completo el sistema político y un programa económico que plantea una nueva transformación de la matriz productiva de la Argentina. Javier Milei es la continuidad de Macri por otros medios, porque Macri es la continuidad de la dictadura por otros medios. El proyecto con el que hoy cualquier militante del campo nacional y popular se enfrenta no son las marcas estéticas de un Milei anarcocapitalista, una novedad de góndola del mercado de outsiders de la ultraderecha global, sino la transformación absoluta de la cultura política que al igual que en los 70, garantice la expoliación de la Argentina en manos del nuevo capital tecnocrático mundial. 

—Tenés conocimientos de primera mano en cuanto a los manejos del kirchnerismo en los espacios por los que pasaste…

—El kirchnerismo fue una experiencia inédita en nuestra historia política reciente. Por la cantidad de años de construcción, por la clara inscripción al peronismo y por las condiciones globales en las que pudo desarrollar su política. Eso significó también, tras la crisis política de los años previos, la transformación de las dinámicas de poder y construcción de representación. Para las generaciones hijas de la dictadura, el poder se vio como algo malo y nosotros heredamos esa misma concepción. La convocatoria a enfrentarse al poder real implicaba una devoción completa de la vida del militante que estuvo acompañado por una idea de que la militancia era la forma más acabada de lo humano. Pero en la dinámica diaria implicaba una linealidad absoluta con las instituciones que contenían al militante, que lo organizaban. La crisis de los partidos políticos hoy radica en haber roto el fundamento básico de lo que una institución representativa implica, dejaron de representar y se abocaron a respetar las reglas de juego del institucionalismo. El kirchnerismo quedó preso del juego de reglas que se impuso luego de la crisis de 2001, priorizando la estructura antes que el contenido, lo que le impidió fortalecer y conducir esos otros espacios y formas de organización que se fueron gestando a la vera de la transformación económica y social que su propio derrotero provocó.

—Te definís como progresista. ¿Qué querés decir exactamente con eso?

—Soy progresista porque creo que una sociedad en la que los sujetos tienen igualdad de oportunidades y recursos solo es posible en la medida que esa sociedad construye y legitima su propia idea de Justicia y bien común. El progresismo es en su concepción más filosófica, propia de la Revolución Francesa, la conjunción de libertad e igualdad, conceptos siempre vistos en una tensión irremediable de la democracia. Pero también creo, que como decía Perón, por omisión o negligencia, se nos ha olvidado la noción de fraternidad. Lo que hoy vemos en la discusión ideológica es la última fase de una Ilustración en decadencia cuyo resguardo es una postura estética sobre lo que implica la igualdad y la libertad. Tanto desde las izquierdas como desde las derechas, no se debate sobre lo justo, sino siempre sobre el individuo y su derecho a ser libre. Hace rato no se disputa el poder para definir lo justo, sino para definir la superación moral del individuo. En nuestras democracias modernas en crisis, la tarea primordial es recuperar la noción de lo justo, entendida como resultado del bien soberano, humano y común.

—Estás metida en el estudio de las relaciones interpersonales mediante internet. ¿Cuáles son tus principales críticas y cuáles tus esperanzas de ese panorama que vas descubriendo?

—La revolución de internet dinamizó por completo las relaciones sociales a través de las redes. Las plataformas permitieron el auge de subculturas y nichos que reivindicaron su sentido de pertenencia a través de operaciones de identidad. Con el correr de los años, estas identidades comenzaron a tomar partido político en las grandes narrativas sociales. La derecha alternativa, por ejemplo, es la conjunción de conservadores, supremacistas blancos, tradicionalistas y misóginos que encontraron en las redes sociales un campo abierto para la construcción de una representación política digna del siglo XXI. En ese escenario, la proliferación de comunidades y subculturas responde a la propuesta capitalista de segregación e individuación, cuya primera regla es el distanciamiento de la realidad material, solo basta con la toma de postura estética a través del posteo sistemático y luego, la exclusión sistemática de otras comunidades y subculturas. Con las relaciones entre géneros pasa lo mismo. Incels, simps, trad wifes, radfems, coquettes, hipermasculinidades, etc., son categorías identitarias que conjugan las dinámicas de internet con propuestas concretas sobre cómo vincularnos. Ese efecto sólo puede leerse como condición necesaria de una nueva fase del capitalismo que necesita de nuestra individuación y aislamiento absoluto para la expropiación eterna de datos e información que las grandes corporaciones buscan como principal capital. Creo que Argentina tiene grandes antídotos contra esta arremetida. Instituciones como la amistad, la universidad pública o incluso la tradición política, ofrecen formas alternativas de la participación e identidades política, son una contrapropuesta fuerte a la propuesta sistemática de guetificación de la vida que llegó con internet.

*Periodista, guionista y docente.