Medir

El índice contenedor

“Si te digo la verdad, te miento”, ironiza la columna sobre los datos oficiales de pobreza. Mientras “la miseria negada quedó a la vista en las calles”, el “índice contenedor” mostró más búsquedas de comida que antes.

Datos. Recuerdan la manipulación del índice de inflación que hizo Guillermo Moreno.
Datos. Recuerdan la manipulación del índice de inflación que hizo Guillermo Moreno. Foto: NA

No cumple ningún requisito metodológico como para ser tenido en cuenta. No resiste siquiera que se le considere como una nota al pie de la realidad, un apunte lateral, un ritual casero. Es una mera curiosidad que sólo puede interesar a quien se sorprende con ella, como que Martín Palermo falló tres penales en un partido, o que Milei se altera tanto porque la pone poco con Yuyito. De última, sólo de favor, entraría forzado como mito urbano, o creencia popular tipo luna con agua anuncia lluvia, tirar el cuerito cura el empacho, invocar a Pugliese cambia la suerte.

Menos da para comparar. Imaginate. El Dow Jones mide las treinta empresas más importantes de Estados Unidos, el Standard&Poors a las quinientas que cotizan en Bolsa, el Nasdaq a las tecnológicas, el Nikkei resume la Bolsa de Japón. Ni el modesto Merval argento, aunque más no sea por solidaridad compatriota, bancaría aceptar que el índice contenedor agregue algún valor como para tenerlo en cuenta. Ni en joda entra ahí.

Los que timbean arriba no piensan en las consecuencias abajo. La codicia los ciega. Les preocupa más ocultarla offshore, lavarla, guardarla en cajas de acero, llevársela en bolsos, o en contenedores de hierro, ¡Mirá si ahora, cuando se derrumban los mercados, les va a importar qué será de quienes revisan los contenedores de plástico! Cortan clavos con el culo. Se les incendian los papeles de colores, se funden sus metales dorados, se licua la supuesta seguridad que les da sentirla adentro.

El signo de los tiempos indica que todo lo que pueda ser medido, será medido. Las wiews, los seguidores, los trolls, el rating, la felicidad, el agujero de ozono, la calidad de la democracia, la posesión de pelota, los centímetros recorridos por el fatiga del diez que camina la cancha, los pasos dados, la presión, la potencia del hilito de orina según la flujometría que pide el urólogo, el consumo de alcohol, de ansiolíticos, de antidepresivos.

Pero, ¿qué sentido podía tener el control diario de la cantidad de veces que se abren dos contenedores de barrio, cuánto tiempo pasa desde que se levanta la tapa hasta que cae lenta, o violentamente por la descarga de la impotencia? La primera vez el golpe sonó como un disparo. Fuerte, corto, seco. Los gatos se tensaron. Las patas listas para huir. Las orejas orientadas hacia la ventana. La detonación resonó en el abismal silencio como una señal de otro tiempo.Debió ser, tal vez, un acto solitario de quién huyendo del encierro buscaba dónde esconderse.

La frecuencia con que un par de meses más tarde, dos, tres veces al día, se escuchaba el golpe de la tapa anticipó el final de la cuarentena. La miseria negada quedó a la vista en las calles de todo el país. El recuento mental, a sonido alzado, daba ya que eran más de seis las búsquedas diarias de comida en los contenedores de basura.

Como preso que hace rayitas en la pared, sin otro propósito que el de llevar una cuenta a lápiz sobre papel de la cantidad de veces que se escuchaba golpear la tapa, el registro diario aumentó hasta un número tan alto que parecía querer decir algo, ¿pero qué?

Si te digo la verdad, te miento. La encuesta del Indec dio que la pobreza bajó al 38,1%, la indigencia al 8,2%, en el primer año del gobierno de Milei. Estiman unos dos millones doscientos menos de pobres, cuatro millones seiscientos menos de indigentes. El dato recordó la manipulación del índice de inflación que hizo Guillermo Moreno, secretario de Comercio del gobierno de Cristina Kirchner, cuando era evidente que los precios no paraban de aumentar al doble de lo que mentían. “Hay menos pobres que en Alemania”, dijo entonces Aníbal Fernández.

En el mismo período, el índice contenedor dio un promedio de doce veces por día hacia el final del gobierno de Alberto Fernández, catorce en el primer semestre del gobierno de Milei, bajó a once en el segundo semestre, subió otra vez a doce desde diciembre a marzo 2025.

Será que miden la pobreza sin contar lo que pesa.

*Escritor y periodista.