El hombre oscuro
¿Cómo no envidiar a un tipo que presume de no saber qué es internet pero logró comer, viajar y ser leído?
Alguien me recomendó que viera El crítico, un documental sobre Carlos Boyero, a quien Juan José Campanella manda (en la película) a la concha de su hermana para terminar preguntando, con típica sorna argentina, quién es Boyero. En esta parte del mundo hay mucha gente que se puede preguntar lo mismo sin sorna, pero en el mundo del cine español Boyero es (o fue) un personaje célebre a partir de su estilo directo y desinhibido, que le permitió plantarse en las páginas de los grandes diarios (El Mundo primero, El País después) como representante del espectador que se aburre con casi todo lo que no sea cine americano y desprecia en bloque las películas hechas por intelectuales, por feministas, por iraníes o coreanos (y sudacas, a juzgar por los dichos de Campanella). Pero Boyero tampoco ama a los cineastas españoles. En particular a Almodóvar, a quien se dedicó a defenestrar, pero tampoco a los que firmaron una carta con el venerable Víctor Erice como mascarón de proa pidiendo al diario que no lo enviara más a cubrir festivales después de que Boyero confesara que en Berlín se había ido a la media hora de una película de Kiarostami.
Nunca leí a Boyero, así que no puedo comentar su estilo. Pero puedo decir algo a partir de la película. El crítico (no confundir con un film argentino homónimo que tiene un cameo memorable) es un film de televisión con el problema que eso implica: el de ser simultáneamente monocorde y vertiginoso gracias al exceso de entrevistas, la brevedad de los planos (ni siquiera hay tiempo para leer los títulos de las columnas de Boyero) y la necesidad de contrarrestar cada afirmación con otra de sentido contrario. Así y todo, uno se entera de que Boyero sufrió la infancia por culpa de su padre y de los curas, que de joven fue un vago, que nunca se recibió de nada y que se dedicaba al póquer, el alcohol y las drogas (aficiones que nunca dejó del todo). De grande, se convirtió en un dinosaurio que andaba solo por la vida pero mantenía unos pocos buenos amigos. Personaje oscuro que no deja de ser amable en ocasiones, a los 70 años coquetea con la jubilación y el suicidio mientras se lamenta por la decadencia de una profesión que, en verdad, fue de pocos: la del cronista que, apoyado solo en su criterio, aislado de la industria y de la academia, despertaba pasiones e influía en la taquilla mientras, año tras año, hacía el circuito de los grandes festivales, donde los viáticos le permitían alojarse en los mejores hoteles y comer en los grandes restaurantes.
¿Cómo no envidiar un poco a un tipo que presume de no saber qué es internet pero logró, además de comer y viajar, ser leído? ¿Cómo no tenerle lástima por haber llegado a los tumbos a la vejez, transmitiendo una sensación de resaca que se corresponde con la falsedad del glamour y la miseria de un trabajo rutinario? Sin embargo creo que, con sus evidentes defectos, Boyero cumplía una función salutífera para la que no hace falta ser un pensador sino, simplemente, tener un poco de gracia. La desfachatez frente a lo que se considera respetable libera un poco al lector, víctima de la cultura cinematográfica uniformada y mediocre que reproducen los medios. Boyero era capaz de reivindicar el placer, al menos el placer de no tener que reverenciar a Almodóvar. Eso ya es algo.
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