cuerpos

El espacio fotográfico

. Foto: Cedoc Perfil

Hoy es un día de incontables celebraciones no del todo convergentes aunque coincidan en el mismo día y recuerden el mismo acontecimiento. En la Argentina se festeja el Día del Respeto a la Diversidad Cultural, mientras que en España y en sus embajadas se brinda por el Día de la Hispanidad. Chile llama a recordar el Día del Encuentro de Dos Mundos (designación que me parece extremadamente feliz). Nicaragua prefiere recordar el Día de la Resistencia Indígena, Negra y Popular y Venezuela se contenta con recordar la Resistencia Indígena. Mientras Estados Unidos recurre al sistema de estrellas (Columbus Day), México y Perú reinvindican las tradiciones precolombinas con sus respectivos Día de la Nación Pluricultural y Día de los Pueblos Originarios y del Diálogo Intercultural. Más teórica, Bolivia ha fijado el Día de la Descolonización y Bahamas y Belice, indiferentes a los rigores del exterminio y el extractivismo, llaman al 12 de octubre Discovery Day y Pan-American Day.

En Roma, donde estamos ya preparando las valijas para volver a casa, una amiga italiana tuvo que decidir ayer entre concurrir a la Embajada de España para el consabido brindis o una reunión de consorcio: se decidió por lo segundo, mucho más decisivo para su vida cotidiana. Nosotras, en cambio, dedicamos la jornada a supervisar los últimos detalles del montaje de la muestra fotográfica de Sebastián Freire Corpi senza padroni que inaugura hoy, en la galería Roma Smistamento. Si bien la muestra replica la exitosísima Cuerpos sin patrón del año pasado en Valencia, su apertura en un día tan especial le da un sentido específico.

Diversidad, resistencia, multinaturalismo y diálogo son palabras que le cuadran bien a una muestra que exhibe y celebra cuerpos que se apartan de las normas hegemónicas y se postulan como espacios legítimos del goce y del pensamiento.

En Europa, donde la mayoría de las violencias coloniales encontraron su punto de condensación afectiva y teórica, son curiosamente reacios a percibir las tonalidades de piel de quienes, por “no-blancos”, sufrirían con certeza las requisitorias migratorias. Les llaman más la atención las morfologías óseas (las narices, los pómulos, las frentes), como si en esas profundidades se cifrara alguna verdad que las superficies impiden apreciar. Metafísicas de la carne, se dirá. Pero también estereotipización: aquello que no responde al arquetipo proponderantemente andino de lo americano no tiene la misma consistencia exótica.

Con los cuerpos trozados, intervenidos, escritos, en fin: signados (y esos signos son signaturas que a veces se identifican con la esfera humana pero a veces no) la disidencia parece más legible pero al mismo tiempo menos  radical que la de aquellos cuerpos que sencillamente se abandonaron al hambre, a la gula, al pecado.

En ese límite que la corrección política no alcanza se cifra el secreto del arte de Freire, que apuesta  a la felicidad y a la celebración antes que a la queja. El espacio fotográfico como el lugar del abandono y la alegría.