opinión

El don de la destrucción

Constantino Bértolo, más ajustadamente, califica su escritura como “una voz alta”, en la tradición de Whitman.

. Foto: CEDOC PERFIL

Leí m-Talá, de Chus Pato, escrito en gallego, traducido al castellano por Gonzalo Hermo, en el Volumen III de su Poesía Reunida (Ultramarinos, Barcelona, 2022). Publicado originalmente en 2000, cuando la autora –nacida en Orense– tenía 45 años, el libro tuvo una amplia circulación. Merecida, por cierto, porque el texto de Pato expresa una ambición y una envergadura muchas veces ausente en la poesía contemporánea. ¿Poesía? Bueno, tal vez sí. Es que en la escritura de m-Talá desemboca en una poesía decididamente antilírica, pero también en coqueteos con el ensayo, con el género dramático, con los juegos tipográficos, y hasta con el manifiesto. Siempre el borde del exceso, ante el que casi siempre sabe detenerse a tiempo (casi siempre no quiere decir siempre: puntualmente, en determinados pasajes, el exceso le juega en contra), la crítica sobre Pato (abundante, y casi siempre pretenciosa, cosa que no ocurre en la propia Pato), tal vez usando una expresión de la autora, define su género como “poesía expendida”. Constantino Bértolo, más ajustadamente, califica su escritura como “una voz alta”, en la tradición de Whitman y, en la poesía gallega, de Méndez Ferrín.

Avancemos sobre un fragmento del momento-manifiesto de Pato: “(…) La lengua es producción, de ahí los intentos del capital por privatizar la lengua, por dejarnos sin palabras (…) la lengua, cualquier lengua en el capital, tiende a desvanecerse (…) sino que el capital, en su intento de privatizarnos, produce para nosotros (…)”. Incorporada así, de golpe, sin previo aviso, esa página connota todo el libro (y quizás toda la obra de Chus Pato) y ese gesto es tan valioso como bienvenido. Pero también riesgoso. ¿Cuál sería el riesgo? El de instalar un discurso externo al texto. El de una voz venida de afuera, como diría Louis René des Fôrets. ¿Pero es ese realmente un riesgo? No lo sé. Sé, sí, que cada vez (como lector, y en cualquier otra instancia) me siento más cercano a ese tipo de decisión. Como una especie de decisionismo del texto. Instalar una reflexión crítica sobre la lengua en (y del) capitalismo es, para mí, la razón de ser hoy de la literatura. Por supuesto que no es necesario que un texto mencione esos términos (lengua, capitalismo). Al contrario, salvo contadas excepciones (como en Pato) no es una decisión aconsejable, suele salir mal. Pero, con las palabras que se elijan, y la sintaxis que se opte, cuando la literatura no reflexiona en el horizonte de un develamiento del estado de alienación de la lengua en el capitalismo contemporáneo, pierde interés para mí. Tal vez por eso, no me interesa una gran parte (incluso mayoritaria) de la literatura contemporánea. Pero cuando eso ocurre, cuando se efectúa ese tipo de meta-preocupación (de manera solapada, oculta, lateral, nunca evidente) la literatura se me vuelve nodal para el establecimiento de un pensamiento crítico. Algo así me ocurrió, por citar un libro que no tiene un solo punto en común con m-Talá (salvo ese preconstruido crítico) con Locas, de Lucía Mazzinghi. Podría citar otros casos, pero prefiero detenerme aquí.

No se detiene, en cambio, el texto desatado de Chus Pato. Avanza como quien construye paredes para invariablemente derribarlas. Y m-Talá sale airoso de ese mecanismo de destrucción, que en verdad es su don. El don de la destrucción.