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El contenido de la forma

. Foto: Cedoc Perfil

Subrayo este párrafo en uno de los artículos que Daniel Samoilovich acaba de reunir en Estética del error: “Más de una vez me pasó, por otra parte, en la reescritura, que tratando de pulir algo formalmente insatisfactorio descubría que esa insatisfacción era ‘ideológica’, que un acento caía mal o  una aliteración molesta eran la manifestación visible de una idea pobre o trivial”. Queda claro que lo que hay de por medio es ante todo una sensibilidad de poeta (es decir, una sensibilidad de lenguaje, como cuando Roland Barthes decía: “Tengo una enfermedad: veo el lenguaje”), esa que permite advertir que hay aspectos del contenido que no se ven sino en la forma, tal como hay aspectos de la forma que deciden el contenido. Por algo Theodor Adorno cuestionaba su escisión y reclamaba una articulación dialéctica: que no es sino por mediación de la forma que existe algo así como un contenido.

Esto está claro para la esfera de la literatura, cuya especificidad Victor Shklovski inscribió alguna vez en el “oscurecimiento de la forma” (oscurecimiento en el sentido de tornarla perceptible, ahí donde la transparencia se resuelve en invisibilidad). Pero es dable plantearse estas mismas cuestiones en otra clase de textos, en otros usos del lenguaje, no necesariamente literarios. Pienso por caso en Hayden White y su abordaje de las narraciones de la historia, pienso en el sello de su formulación “el contenido de la forma” (el contenido de la forma misma, el que ella misma comporta).

Aun por fuera de la literatura, la forma puede no ser simplemente un suplemento, apenas un soporte exterior que se agrega a la sustancia, un elemento decorativo o secundario, un añadido; sino un factor determinante, fundamental. Pienso por ejemplo en la mentira, que combina un contenido falso con ciertas formas de la verdad. O pienso en los géneros discursivos de la agresión, de la denigración, de la provocación, del rebajamiento, de la amenaza, que son del orden de lo performativo y que le deben su eficacia muy especialmente a la forma. A la forma, sobre todo a la forma. Ahí radica en lo esencial la clave del poder del engaño, ahí radica en lo esencial la clave del poder de lastimar.

No tiene sentido entonces, en tales casos, pretender que la forma se deje de lado; no tiene sentido el reclamo de no quedarse meramente ahí. O sí lo tiene, pero de otra manera: lo tiene para advertir que más allá de eso no hay nada, que no hay prácticamente nada. Pura carencia, puro vacío, pura ausencia, vacuidad.