El caso de los gemelos
La burocracia asociada a la pandemia creó hikikomoris en todas partes y los libros de Ríos son una respuesta a la situación.
Hace poco, Sergio Chejfec publicó un libro bajo el título 5, cuando años atrás había publicado otro llamado Cinco. Pero Carlos Ríos le acaba de matar el punto con dos libros que tienen un título idéntico, Hikikomori argentino, y no tienen nada que ver entre sí. Aunque he leído a Ríos en sellos más convencionales, es el CEO de un proyecto editorial, la Oficina Perambulante, cuyo catálogo se compone de volúmenes muy pequeños encuadernados en cartón reciclado que el editor lleva en la mochila y vende a quienes se cruzan con él. En los últimos tiempos, dadas las dificultades para circular, la Oficina pasó a la edición digital gracias a su colega chilena Bulk y (hasta donde yo sé), la edición de los Hikikomori tiene versiones epub y PDF, pero no en papel.
Hikikomori es la palabra japonesa que designa el fenómeno de los jóvenes que se encierran voluntariamente en su habitación y no salen de ella. La burocracia asociada a la pandemia ha creado hikikomoris en todas partes y los libros de Ríos son una respuesta a la situación. Además, es propia de su talento y de su talante la edición simultánea (una vez publicó tres libros a la vez en Bajo la Luna), que aquí ha llevado a su expresión más depurada. Como Borges y Aira, Ríos tiene sensibilidad y gusto por lo abstracto, se le dan bien las ideas combinatorias. Una de ellas es esta: la invención de los libros gemelos, como si uno dijera los autos gemelos, creados mediante la adulteración de los números de patente o de motor. Aquí (y esta es parte de la gracia), no hay nada que adulterar, porque los libros son objetos virtuales y el mismo título podría designar una cantidad variable de textos diferentes, en una serie que va desde el uno al infinito. O desde el cero, porque a ese número corresponden los libros imaginarios.
Pero como ocurre frecuentemente con los gemelos, los de Ríos son de carácter muy diferente. Uno es contemporáneo, urbano, cosmopolita, introspectivo, mientras que el otro es vernáculo, rural, épico, nostálgico. En el primero que leí, la narradora (en vidas anteriores parece haber sido hombre) proclama su hartazgo frente al confinamiento: soledad, pobreza, olvido del contacto físico, despersonalización (“La pandemia pone del revés cada rostro: nadie es nadie”). Hasta que surgen alternativas de edición que muestran la mencionada habilidad para la abstracción de Ríos: “1) publicar un libro por día con la misma editorial; 2) generar un proyecto editorial para cada libro; 3) un libro sin marcas editoriales; 4) como se ha dicho, un libro sobre nada; 5) como quien camina sobre el agua, ir hacia el libro inmaterial.”
El otro Hikikomori argentino fue un gaucho precursor de apellido Gauna, que se encerró voluntariamente años ha en un galpón por los pagos de General Lavalle (Ríos nació en Santa Teresita, cuando el balneario formaba parte de ese partido). El hombre es un maestro en trenzar el cuero, como un personaje de Kincón de Briante, que era de General Belgrano, un lugar que no queda muy lejos y forma parte del desierto literario de la provincia. Gauna compone octosílabos a lo Fierro mientras Ríos se pone populista e imagina a un “autócrata sojero” en una zona dedicada más bien a la ganadería. Pero al final se reivindica citando a Tanizaki, como para demostrar que la tristeza no es solo japonesa.