armonías

El arte de la elegancia

. Foto: CEDOC PERFIL

Fue allá por la década del 60. Los sábados por la tarde mi madre planchaba la ropa acumulada en la semana mientras miraba El arte de la elegancia, conducido por Jean Cartier. La historia de Cartier y de su mujer María Fernanda daría para un relato lleno de acción, amor y suspenso. Pero hoy no se trata de esa historia. 

Como era un niño molesto, mamá había inventado un truco para tenerme quieto y no distraerla durante el transcurso del programa:me sentaba encima de la pila de la ropa para terminar de plancharla con mi peso. En función de hacer méritos como buen hijo, yo me armaba de paciencia pero a la vez le secaba los ovarios pidiendo cambio de canal (en aquella época sólo había cuatro). En mi reclamo se combinaban el tedio y la afectación del machito argentino, que no transaba con un “programa de moda para mujeres”.

Del Arte de la elegancia, no recuerdo nada. Ni la escenografía, ni una persona, ni un gesto, ni un corte. Pero un día, de pronto, “volví a ver”: recordé la escena de las escenas. Sobre las imágenes en negro y blanco de modelos que desfilaban mostrando prendas de moda se imponía el relato del conductor encendiendo la mente de los espectadores con las descripciones de belleza para mi ausentes pero que su voz volvía vivas y hechiceras. No se trataba de ver, sino de imaginar un mundo de armonías sobrenaturales a partir de lo que se veía. Quizá Jean Cartier me enseñó todo lo que sé del arte de la elegancia literaria, el secreto de la literatura.