DESIGUALDADES

Dos lecturas de este tiempo

Análisis. Michel Foucault fue quien más trabajó las distintas instancias del poder. Foto: cedoc

Acaban de publicarse dos libros que tienen un punto en común. Esos libros son ¿Cuánto vale una vida?, de Didier Fassin (Siglo XXI), y ¿Te acuerdas de la revolución?, de Maurizio Lazzarato (Eterna Cadencia). Y el punto en común que tienen es que entablan una discusión con la noción de biopolítica planteada por Michel Foucault. No se trata, por supuesto, de oponerse a ella o de negarla, lo que sería tan necio como innecesario. Las perspectivas que abrió Foucault al detectar la articulación de los dispositivos de poder sobre la vida como tal siguen siendo pertinentes, herramientas de notoria potencia crítica. Pero tanto Fassin como Lazzarato se preguntan, aunque de maneras distintas, por sus límites o sus eventuales matices. Por lo que pasa con la política cuando la vida no es nuda vida en sentido estricto o la vida comprendida en su forma general. Es decir, por lo que pasa con las vidas sujetas a las implacables desigualdades que imperan en la sociedad. Así por caso dice Fassin sobre la biopolítica: “Es cierto que la invocación de ese concepto es una suerte de fulgor fecundo que esclarece, historizándola, la comprensión de las relaciones entre el mundo social y la vida biológica. Eso no puede sino volver más notable la circunstancia de que, al tratar de esas relaciones, Foucault ignore por completo la cuestión de las disparidades ante la vida que, con todo, reside en el núcleo mismo del fenómeno que analiza”. Y Lazzarato, por su parte: “El trastocamiento de lo político en biológico encuentra su fundamento y sus razones en el proceso de formación de las clases y no en la vida desnuda o en la  vida en general” (cabe aclarar que emplea la noción de clase en una acepción más amplia que la del marxismo clásico).

Puede que se trate de planos conceptualmente distintos, pero están conectados o es preciso conectarlos. De ahí que Didier Fassin, ya en diálogo con Sonia Budassi, alegue: “Considero la biolegitimidad como una suerte de complemento del biopoder, es decir, poder sobre la vida, del que habla Michel Foucault”. Es decir, ese punto en el que resulta legítima la intervención política para que las desigualdades ante la vida no se extiendan así sin más sobre la muerte (y entonces mueran, como propuso según se dijo un ex presidente argentino, “los que tengan que morir”). Lazzarato a su vez amplía: “La catástrofe sanitaria actual invalida la hipótesis de la subordinación del capitalismo a la superproducción de poder, al biopoder. Lo que demuestra es exactamente lo contrario”.

Poniendo el foco en esa clase de desigualdad, esa por la cual unos mueren más que otros, más que otros y mucho antes porque viven a la intemperie, porque están desguarnecidos, la intervención política sobre la vida asume un carácter distinto y lleva a otro lugar la discusión.