Etapas del duelo

Dos: ira

CFK. Admitir el error de haber designado a dedo a Alberto Fernández sería para ella humanizarse. Foto: NA

Un clásico. La izquierda se presenta a elecciones en un “frente unido”. Saca el 2,67% de los votos. Se reúnen para hacer autocrítica. El banquero Carlos Heller, excomunista, kirchnerista, diputado ahora por el Partido Solidario consigo mismo, les alquila el espacio de un cajero automático. Rezan tres consignas, cinco frases hechas. El debate se calienta. Eyaculan precozmente un comunicado: “La culpa es de la derecha”. Sin más preguntas, ni nuevas ideas a considerar, dan por terminada la primera etapa del duelo por la derrota electoral: “negación”.

Quedan en  pausa. Hacia el final del año uno de sus representantes se desencadena, pasa a la etapa siguiente: “ira”. Rodolfo Aguiar, secretario general de la Asociación de Trabajadores del Estado, la izquierda sindical que se le anima a Milei, pero no al gremio de la derecha con el que compite, la UPCN (Unión del Personal Civil de la Nación) que el muy, pero muy,  muy afortunado Andrés Rodríguez controla desde hace 35 años. Dice Aguiar que en 2025 van “a empezar a cortar las cabezas de ellos”. Acompaña la arenga con un montaje fotográfico de afiliados armados de motosierras persiguiendo a un león.

A  Daniel Scioli las dos primeras etapas del duelo, “negación-ira”, le duraron diez minutos desde que se conoció el resultado del balotaje. En cinco, ensayó otra vez la negación de su pasado frente al espejo. En los cinco siguientes, ya irascible, puteó porque Guillermo Francos, el amigo al que había cobijado en el Banco Provincia durante su gestión como gobernador de la provincia de Buenos Aires, tardaba en atenderle el teléfono. Cuando Francos le dijo “esperá, quedate tranquilo”, se calmó. Impaciente, pasó a la tercera etapa: “negociación” de un carguito que lo mantenga conectado a una sonda alimentaria.

No es el mejor ejemplo de cómo afrontar una pérdida, es Scioli. Hay toda una trayectoria de acrobacias increíbles atrás, más de treinta años mamando  sin vergüenza, ni arrepentimientos. Pero observemos, por caso, en el otro extremo, la negación de busto, o de budín marmolado con ácido hialurónico, en la que se empaca Cristina Kirchner a pesar de las condenas en procesos donde tuvo todas las garantías para defenderse con pruebas, no palabras.

El labio fruncido, los mofletes inflados, la expresión adusta. El  iracundo “¡No!”, a todo lo que no sea ella, es la piedra basal que la sustenta. Admitir alguna vez un error importante, como elegir a Boudou, callar sobre los bolsos, encubrir los negocios de Lázaro Báez, ignorar la fortuna que el secretario de Néstor invirtió en propiedades, designar a dedo a Alberto Fernández, permitir que Guillermo Moreno manipulara el Indec para simular un índice bajo de inflación, sería para ella humanizarse, abrir los ojos ciegos de la estatua que se modela.

El ciclo de un duelo personal no tiene una duración determinada. La tristeza depende de quién, en qué momento, qué vínculo tenía con la pérdida, filial, cercano, doméstico, distante. Una separación amorosa, un artista a quien queríamos mucho aun sin conocerlo, un amigo que se muda a otro país, una mujer con niños alrededor que pide limosna sentada en la vereda, un anciano lento, un recuerdo extraviado. El hecho, la causa, el motivo, no se relaciona con el peso del dolor, ni con el tiempo que lleva incorporarlo,  amansarlo.

En la acción política tampoco se puede establecer un patrón de conducta. Como sería el de suponer que la negación, el fracaso de un sistema de ideas, de un candidato, de una propuesta de gobierno, dura solo hasta el final del año en que no hay elecciones. Cumplido ese período de duelo, los caídos se levantan, pasan a la siguiente etapa: “ira”. Se indignan, olvidan, desmienten, recuperan la necesaria ferocidad crítica, recomponen el espíritu guerrero, agitan la reacción.

Ponele que en Uruguay, donde la alternancia se da naturalmente, sin mayores broncas, acusaciones graves, insultos irreparables, ni conflictos, funciona así. En su momento se fue Sanguinetti, volvió Sanguinetti. Se fue Tabaré, volvió Tabaré. Se va Mujica, enseña Mujica. Se va Lacalle Pou, puede volver Lacalle Pou. ¿Pero da ahora, acá, para imaginar otra vez con chances ciertas a alguno de los derrotados que siguen hablando como si nada hubieran tenido que ver en su fracaso?

¿Y si no fuera para ellos, Massa, Cristina, Macri, Bregman, Lousteau, el comienzo de un año electoral si no el principio del fin de una época?

En quince días la etapa tres: “negociación”.

*Escritor y periodista.