CONTEXTO

Delon y el siglo XX

Alain Delon Foto: NA

“No soy Juan Pérez, es cierto”, concede, después de renegar, Alain Delon a un periodista televisivo que insiste con marcarle que su aspecto es único, que con esa cara no se vive igual que los demás, que la belleza es una llave maestra que abre todas las puertas. Estamos en la década de los 90. Hace poco, protagonizó Nouvelle Vague, de Godard. Ya no tiene la cara que el periodista pondera, pero sigue siendo el gran actor de siempre. Nada hace pensar que, tres décadas más tarde, como Godard, Delon va a pedir la muerte.

Las noticias de su vejez tuvieron, predominantemente, un tenor distinto: posesión ilegal de armas, declaraciones fascistas, etc. Sin embargo, es difícil imaginarlo afectado por la prensa, su biografía es la de los flashes continuos del reconocimiento masivo, y también la de episodios repudiables que lo acostumbraron al acoso mediático; desde la apología a la violencia de género, hasta no reconocer al hijo que tuvo con Nico.

Como Godard, Delon es inescindible de su tiempo y espacio, no hubiese sido viable la existencia de dos íconos como ellos en contextos diferentes. Así como ya no hay capacidad ni interés en hacer películas como Una mujer es una mujer o Vivir su vida, la posibilidad de monopolizar la representación de la idea de belleza en la medida de Delon es inverosímil. Nuestra era, fascinada con lo artificial, la segmentación cultural y la falsa popularidad, no lo permite. Su muerte, como la de Godard, es otro paso en el desvanecimiento de una época que parecía eterna. Con su partida, la segunda mitad del siglo XX, con sus brutalidades y saberes, su estupidez y su magia, se hizo más remota e inasible.